La construcción del paisaje
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La vida contemporánea nos ha hecho consumidores de muchas cosas, mismas que podemos identificar perfecto en el tipo de publicidad y/o reels que nos aparecen en nuestras cuentas de Instagram en el scroll infinito. Eso me lleva a pensar en lo que entendemos del paisaje natural a través de la obra de los o las artistas que miramos, y en esta ocasión quisiera hablar del paisaje construido en la pintura y la espacialidad a través de tres artistas:
Lila Jamieson (Mx. 1979) artista visual, docente y doctoranda del Colegio de Morelos, que investiga principalmente sobre el cuerpo femenino, los afectos y su representación en la pintura, aunque el paisaje siempre ha estado presente en su obra: desde las jardineras de la alameda hasta los encuentros de cubetas con plantas que forman el paisaje de su barrio. En ella, el nacer de la naturaleza tiene un sentido particular, pues su región se distingue por las tolvaneras del semidesierto que nublan la vista, el cerro de escoria en medio de la ciudad y el río que la industria secó. Y aun creciendo en ese lugar, en Lila habita el color, el verdor, los amaneceres y las puestas de sol, las nubes, la lluvia... el color de la lluvia.
Su última exposición individual es una gran instalación que comprende alrededor de 50 piezas de diversos tamaños, que van desde los papeles en 8x10cm a telas colgadas de 6 metros de altura. Dentro de la misma, podemos encontrar 2 piezas particulares: Cielo es un tríptico de tinturas en gasa, que cuelga de techo a piso, y Jardín es una pieza expandible compuesta de una estructura de madera donde están dispuestas telas con representaciones de plantas y otros elementos de nuestro entorno. De esta manera dialoga con lo doméstico, lo petit, lo que se hace con las manos en corto, muy pegado al corazón y la magnificencia de un cielo que explota en colores cuando cae la noche.
Por otro lado, desde una manera más sutil y con otras búsquedas, pero también pensando en la pintura expandida, está el trabajo de Paula Herrera Imberti, artista argentina radicada en el campo uruguayo.
En el pasado se dedicó a la elaboración de papel hecho a mano, la encuadernación y el collage. Ya en ese tiempo las tintas, acuarelas y agua estaban presentes. Hace poco Paula empezó a pintar el agua, buscando no un resultado pictórico, sino como proceso meditativo que le permitiera elongar el tiempo, la calma, dejándose guiar por movimientos sutiles de llevar tintas y pigmentos al recipiente con agua hasta que esta estuviera tan densa que no pudiera recibir una gota más de color. Para poder regresar al acto de meditación, las imágenes nacidas en el agua se transfieren a un papel de algodón, teniendo como primer resultado piezas en pequeño formato.
Entiendo la obra de Paula como un fluir desde la impermanencia; cada vez que pinta al filo del agua, nacen universos marinos que provienen del azar. En ese acto solo del presente, el juego y la meditación general la transformación del tiempo.
Para su reciente muestra presentada en Montevideo, titulada Mar de fondo, Paula llevó sus pequeños cuadernos impregnados de profundos mares a una espacialidad y una inmersión para el público. Para ello realizó gigantografías que se instalaron a lo largo del muro de la sala de exposición el cuál fue intervenido por ella misma con papeles y tintas, bajo el mismo proceso antes mencionado, además de tener audios marinos que abrazan la obra, llevando a los espectadores, quienes entran con lámpara en mano a la sala oscura y azul, por una experiencia inmersiva de calma, de presencia y de sorpresa.
Por último, y desde otra espacialidad, la obra de Virginia Buitrón (Quilmes, 1977). Había visto su trabajo con elementos naturales. Me fascinaban sus piezas con cáscaras de naranja; pensaba en lo efímero del “contenedor” y cómo todo tiene una posibilidad de reuso. Pero cuando la conocí directamente me interesó que, en lugar de postear su obra, compartía el día a día de su entorno: plantas, arañas, tierra, la representación del aire. Ya en la investigación, di con su maravilloso Dispositivo de Dibujo Interespecies:
Las moscas Hermetia Illucens, conocidas como Mosca Soldado, llegaron hace años a la compostera de la artista hace años. Descubrió que las larvas convierten los residuos en abono y para nuestra maravilla, dibujan sobre la superficie al buscar un lugar para realizar su metamorfosis. En su cuerpo alojan cierta cantidad de líquido, si este es muy denso, su rastro será más oscuro y aparecerán líneas punteadas, y si es más liviano, las larvas se mueven más rápido.
Desde el descubrir que el tiempo de la naturaleza es distinta a la humana, Virginia desarrolló un dispositivo con una compostera para que las moscas lleguen, dejen sus huevos, eclosionen y a partir del desplazamiento de las larvas, ellas tracen en forma de dibujo sus recorridos. Este trabajo de co-creación, en donde la artista pone el dispositivo para que la naturaleza suceda y de vez en vez, colocar elementos para que ese trazo permanezca me parece un gran y hermoso acto de rebeldía frente al sistema en el que vivimos, en donde la rapidez, la productividad, la industrialización nos alejan de los procesos de observación y entendimiento de los seres no humanos que son igual o más importantes que nosotrxs mismxs.