- 12 octubre 2024
La crítica musical, una consideración crítica a su razón de ser
Recientemente reorganicé mi biblioteca y entre los numerosos libros que abrí antes de decidir su nuevo derrotero, me encontré con una docena de textos que compilan artículos periodísticos de crítica musical. Los leí en mi difuminada juventud cuando era estudiante de música en el conservatorio.
En ese entonces escuchaba grabaciones de música clásica y asistía puntualmente a cuantos conciertos y recitales se presentaban en la ciudad. La lectura de las críticas de esos conciertos formó mi criterio y, muchas veces, confrontaron mis juicios adolescentes de agudeza y experiencia con los académicos y estructurados comentarios de los músicos escritores que publicaban en la prensa.
Gracias a esas lecturas arribé casi de inmediato al descubrimiento de otros críticos musicales que publicaban en periódicos y revistas culturales. Así, me nutrí de las apreciaciones de José Antonio Alcaraz, Juan Vicente Melo, Juan Arturo Brennan, Pablo Espinoza, Diego Fischerman, Adolfo Salazar, Jesús Bal y Gay, Theodor Adorno, Alejo Carpentier, Joseph Horowitz, etc. En ellos encontré un oficio paradójicamente paralelo y opuesto, a la vez, al del quehacer musical.
Desde sus inicios, a finales del siglo XVIII, la crítica musical ejercida por músicos ejecutantes (Schumann y Mendelssohn) y teóricos de la música- pero muy raramente por diletantes o melómanos- polarizó los escenarios del ámbito musical en la Europa de ese entonces.
La historia de la música registra episodios que van del más recalcitrante enfrentamiento entre bandos de compositores de la vieja guardia en contra de los precursores de la música del futuro, como la llamaba Liszt, hasta situaciones chuscas y risibles. Dejando para otra oportunidad lo anecdótico de estas historias, considero que en un principio el afán del crítico musical fue la de desvelar y explicar el fenómeno sonoro, originado por el intérprete.
Pienso que esta es la esencia y razón de ser de un crítico musical: orientar, educar, plantear, sopesar la calidad de una interpretación musical, cualquiera que ésta sea, y otorgar al lector una antorcha (símil arcaico, lo acepto) que le permitirá expandir su percepción más allá de juicios pueriles, tales como “qué bonita música”, “qué frío tocó, no sentí nada”.
A mediados del siglo XIX, en las tertulias musicales que se realizaban en las casas de los músicos se reunían, también, escritores, artistas visuales, empresarios amantes de las artes, alguno que otro político ilustrado, editores y nobles mecenas. En dichas reuniones se hablaba de todo, principalmente de música, y era ahí donde se dirimían las ideas que generaba la audición de las obras interpretadas (piezas compuestas para piano, música de cámara, obras vocales).
El prestigiado musicólogo británico Bojan Bujic (1937), define la crítica musical como “la actividad intelectual de formular juicios sobre el valor y el grado de excelencia de las obras musicales individuales, o grupos o géneros completos”.
Luego entonces, la crítica musical es una rama de la estética musical, ésta última una disciplina que, al menos en México, no existe como materia obligatoria en los programas académicos de enseñanza en las escuelas de música. Lamentable. En algún momento de la carrera, el estudiante se enfrentará, inevitablemente, al juicio de un músico profesional que analizará la naturaleza y calidad de la ejecución musical.
En estas MasterClass no sólo se corrigen defectos en la interpretación, también se asimilan los aspectos inherentes al ejercicio de la crítica musical, y se mencionan constantemente definiciones tales como la dinámica, el tempo, la textura, la agógica, el balance, el estilo, la técnica, etc. Todo esto, aunado al equilibrio, la mesura, el buen juicio del intérprete, son aspectos que pondera un buen crítico musical.
La crítica musical se profesionalizó a principios del siglo XIX, y se empleaba con mayor asiduidad al comentario de las composiciones, de las obras de estreno. Compositores de la talla de Brahms, Liszt, Tchaikovsky, Bruckner, Wagner, Mahler, Rachmaninov, y todos los compositores del siglo XX, fueron blanco de toda clase de dardos que los críticos lanzaban desde sus trincheras periodísticas. Los había de toda clase: acerbos, generosos, eruditos, suspicaces, y también de dudosa raigambre musical.
Cabe señalar que la crítica de esta naturaleza no es privativa de la música, también existe la de teatro, literatura, plástica y de todo lo que manifieste un creador y artista ejecutante. José Antonio Alcaraz, Juan Vicente Melo y Alejo Carpentier, incursionaron en el juicio de otras disciplinas artísticas, no se limitaron a la música, afortunadamente. De la talla de ellos es lo que necesitamos en nuestra comunidad. Hace algunos años leía con delectación las columnas de crítica de mi maestro Javier Treviño Castro, todas ellas maravillosas lecciones de crítica de arte.
CODA
“En esta obra, Héctor Quintanar se muestra sumamente adusto, poseído por una sobriedad excesiva. Tal es el rasgo dominante de su Trío para cuerdas (1965), poseedora de una firme seguridad en el trazo de las distintas líneas que integran el tejido contrapuntístico” José Antonio Alcaraz. (José Antonio Alcaraz a través de sus textos. CONACULTA, 2008).
Encuesta Vanguardia
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