La isla más joven del planeta o las puertas del infierno
Durante el siglo XVI se difundió el mito sobre los infiernos: eran las erupciones volcánicas puertas abiertas por las que los diablos salían de las tinieblas ardientes a destruir el mundo
Damos por fijo el paisaje. Crecemos con un mapa del mundo que se antoja inamovible. Se camina sobre un sitio donde se dice “aquí ha estado la costa amplia durante miles de años” y de pronto nace un a isla, la isla más joven que surgió hace unos días en Japón.
Producto del calor del útero de la Tierra, emergió lava que al enfriarse deja suelo volcánico. Es una muestra en tiempo real televisada, de los procesos geológicos que modelan el rostro del mundo.
Japón, país insular que hasta el año pasado poseía 14,125 islas, tiene una nueva de un kilómetro de diámetro. El nacimiento de esta isla fue registrado por primera vez en la historia de la humanidad. Surgió a fuerza de echar pedruscos ardientes y lava.
Ahora Iwojima -es el nombre que se le ha dado-, es una superficie aderezada con porosas piedras pómez, esas concreciones tan ligeras y vítreas de colores amarillo, gris o blanco. Esas piedras fueron espuma de lava. Así, pulimos nuestros codos y pies con espuma de la otrora ardiente lava que se ha solidificado.
Durante el siglo XVI se difundió el mito sobre los infiernos: eran las erupciones volcánicas puertas abiertas por las que los diablos salían de las tinieblas ardientes a destruir el mundo. Imagino entonces que durante el lapso de formación de esta isla, los demonios liberados de su encierro, para mí no serían otra cosa que altas temperaturas que derriten diversas formas de vida unicelulares y más complejas, entre ellas peces y mantarrayas. Seres con aletas y escamas, con etéreas capas ondulantes, huyendo de tal ardor.
Pero cómo no ver con asombro el fuego, si su poder incomprensible para la mirada ignara ha despertado un miedo cristiano como en esta percepción mítica de los diablos sueltos. Pienso qué pequeña imaginería es esta si se compara con el poder de dar vida y muerte que tiene el fuego del vientre de la Tierra.
En la mitología japonesa existe una deidad del fuego llamada Kagutsuchi, quien tiene una vida breve y complicada: nació de Izanagi e Izanami, pareja divina, dupla primordial de la religión sintoísta. A esta pareja, por cierto, se les adjudica la creación de las numerosas islas de Japón.
Izanagi e Izanami dieron a luz a Kagutsuchi, dios que al nacer, quemó los genitales de su padre Izanagi y le hirió de muerte. Enfurecido, Izanagi tomó su espada y le asesinó. Es de la sangre del dios Kagutsuchi que nacieron otros dioses, entre los que destacan Masakayamatsumi surgido de su cabeza o Kurayamatsumi que brotó de sus genitales inertes. Con el breve nacimiento del dios del fuego Kagutsuchi, la mitología japonesa señala el fin de la creación del mundo y el principio de la muerte.
También es el asombro al poder irrebatible del fuego, lo que dio origen al dios Hefesto, deidad que además adquirió fieles en los herreros, los creadores de armaduras y los escultores. Hefesto se conceptualizó en la icónica cultura griega que vio la luz desde el siglo XII antes de la era cristiana hasta el año 146 antes de la era cristiana.
En Mesoamérica tenemos adoradores de los volcanes y sus fuegos, quienes configuraron al dios Huehuetéotl; su culto inició en el año 400 antes de la era cristiana y perduró hasta la llegada de los europeos. Huehuetéotl era asociado también a la sabiduría y al hogar. Huehuetéotl es un vocablo náhuatl, del huehueh que significa anciano y sabio y teotl, dios.
Así, en esta nueva isla, Iwojima tenemos por derecho de ubicación geográfica, el fruto resultado del trabajo de Izanagi e Izanami, dioses de la animista religión sintoísta.
Encuesta Vanguardia
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