La ley y la responsabilidad preceden al mercado

Opinión
/ 23 febrero 2025

Acostumbrados a hacer negocios inmorales, piensan que los gobiernos se manejan y dirigen como empresas, olvidando los principios que le dan sentido y rumbo a las instituciones

En los últimos tiempos, la ciencia económica ha tratado de dejar en claro el pensamiento de que todo aquello que se separe de lo posiblemente cuantificable no tiene del todo validez. Sobre todo en esta época donde la codicia, el poder y el dinero importan más que el drama que vive mucha gente afectada por los malos gobiernos, los movimientos pendulares de las ideologías vigentes y el cambio climático.

Por supuesto, se han olvidado que en todo tipo de decisiones entran en juego la apreciación y la estimación del mundo a través de juicios de valor, lo cual es parte justamente de todo aquello que la economía no avala. El costo que han pagado las economías que han querido emanciparse de la ética y los valores priorizando la utilidad ha sido muy alto. Parece que no se ha aprendido de la historia.

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Polarizar, especular, amenazar, increpar y violentar a otros, desde el lugar donde se maneja el poder, le ha dado al presidente de Estados Unidos la posibilidad de hacer a un lado las normas, los acuerdos y los protocolos a los que con tanta complicación la sociedad mundial ha llegado. El Pacto Mundial, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Acuerdos de París, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre otros, les tienen sin cuidado.

El problema se encuentra en que, en el escenario mundial, millones de seres humanos se debaten entre la pobreza, la desigualdad, la falta de reconocimiento y oportunidades donde la decadencia y el deterioro de la vida social se complican. En el centro de la discusión se encuentra el tema de la dignidad de la persona. Pero en la administración de Trump, ¿a quién le importa? Ahora la narrativa es distinta: “han abusado de nosotros y venimos a reclamar lo que nos corresponde, venimos a restituir la gloria de nuestra nación”. La gloria, siempre la gloria.

Acostumbrados a hacer negocios inmorales –definamos la inmoralidad: es la actitud de desacato que asume una persona cuando conoce las leyes/normas establecidas y hace lo contrario–, piensan que los gobiernos se manejan y dirigen como empresas, olvidando los principios que le dan sentido y rumbo a las instituciones; a saber: la beneficencia (hacer el bien), la no maleficencia (evitar el daño a otros), la autonomía (entender que cada persona tiene un proyecto personal), la responsabilidad (prever y asumir las consecuencias de nuestros actos) y la justicia (tener siempre en cuenta que la distribución social debe de ser equitativa). Cuando no se tienen en cuenta estos principios, las sociedades y los gobiernos inevitablemente se complican.

Sin lugar a duda, todos tenemos un interés personal y eso no está mal. El problema es que en el presente en el que vivimos, el interés personal se ha pervertido, se ha parcializado y –en el caso al que aquí nos referimos– se ha utilizado a favor de quien tiene el poder y, por lo tanto, la economía (el cuidado de la casa) comienza a complicar el equilibrio mundial. No es nuevo, de un tiempo para acá el famoso “Óptimo de Pareto” ha dejado a un lado el 80-20 para pasar al 90-10, en concreto el 10 por ciento de la población mundial posee lo que le falta al resto.

En concreto, quienes hacen negocios –en el caso al que nos referimos, el gobierno norteamericano– lo hacen descarada y cínicamente para obtener utilidad. Sólo para quedar claro, la utilidad es una de las variables de la economía, pero habrá que recordar que los negocios se hacen dentro de las sociedades y no se puede perder de vista la dignidad de las personas. Hay quienes le llaman ganar-ganar. Otra vez, el retroceso a la ley de la selva. La hegemonía del más fuerte, darwinismo social, capitalismo salvaje. Porque ¿quién puede hacer algo al respecto? Y lo triste del caso es que él lo sabe.

Ayer por la tarde tuve el privilegio de encontrarme con el filósofo español Jesús Conill, autor de numerosos textos que han servido para la reflexión moral, social, ética, política y económica, y recordábamos uno que escribió en 2004 denominado “Horizontes de Economía Ética”. Un hombre –como dicen los chicos, literal– “fuera de serie” que de forma contundente afirma que la economía debe de estar, como otras tantas dimensiones del ser humano, al servicio del bienestar y la justicia, porque de lo último que se trata es de la realización de los individuos en libertad. Señala (p. 26): “La ley y la responsabilidad social preceden al ‘mercado’, por tanto, la economía sólo tiene sentido dentro de un contexto político, social e institucional, con trasfondo moral”. Nada más cierto que esto.

Por si no lo sabía, Adam Smith, el padre de la economía moderna, antes de ser economista fue moralista; en su libro “La Teoría de los Sentimientos Morales” (1759) afirma que la libre competencia no está reñida con la colaboración. Ya en mi reflexión personal, creo que el problema del libre mercado no es la justicia per se, es el capitalismo salvaje.

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Como decía Aristóteles: todo agente opera con un fin, y el fin de la economía es el bienestar de los seres humanos. El problema ha sido que sólo unos cuantos se han beneficiado de él (10-90). Aunque Smith, en “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, publicado en 1776, afirmó que la armonía social y el valor de la solidaridad son las principales premisas axiológicas como fuente del dinamismo enriquecedor de las naciones, las interpretaciones posteriores han tergiversado la idea original. Esta interpretación es el punto de partida de la justificación extraeconómica frente a la codicia humana. Seguro –aunque es economista– al presidente de los Estados Unidos esto le ha de haber pasado de noche.

Magistralmente, para finalizar nuestra charla, don Jesús Conill terminó diciéndome que no es fácil asumir que el egoísmo, la tendencia sistemática a la ganancia o al beneficio, la competencia y la actitud consumista estén libres de peligro para una competencia justa y, añadió, que de la forma como está organizada la economía en este momento, es difícil que se puedan resolver los problemas del mundo. Nada más cierto que eso. Así las cosas.

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