La magia de viajar, una búsqueda de enriquecimiento y transformación
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Viajar es un arte. Es mágico y enriquecedor. No se trata simplemente de subirse a un avión u otro medio de transporte y desplazarse. Existen turistas y viajeros, y la diferencia entre ambos no es sólo formal, sino sustancial. El turista suele moverse con la mente repleta de patrones culturales, sociales y económicos. Sigue una ruta bien marcada, normalmente por otras personas o agencias de viajes, respecto a lo que debería visitar y conocer de una ciudad o país.
El turista no tiene interés en descubrir lo que se esconde tras ciertas apariencias. Come en restaurantes turísticos y, frecuentemente por barreras lingüísticas, no muestra curiosidad por interactuar con la población local para conocer sus costumbres. Muchas veces los turistas se conforman con lo que pueden leer en una guía, ver en una película o los estereotipos sobre una nación o cultura.
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Los viajeros son diferentes. Se desplazan con equipaje ligero, y no me refiero sólo al peso físico de la maleta. Antes de partir, viven el viaje con la mente despejada y los ojos abiertos, listos para sorprenderse por todo lo que pueden ver. Viven experiencias, incluso las más insólitas, con el corazón abierto, dispuestos a sentir todas las emociones. Se dejan guiar por la curiosidad y el ansia de aprendizaje y conocimiento, tratando de dejar atrás las creencias limitantes.
Las personas viajeras no tienen límites. Pueden llegar a sentirse en casa en cualquier parte del mundo, sin que esto signifique perder o renegar de sus raíces. Consideran limitante la idea de que su vida pueda desarrollarse en un sólo lugar porque saben que existe mucho más allá de lo conocido.
Ser viajero es un arte. Al igual que no todas las personas pueden ser pintores o escultores, ser viajero no es para todos. Como todas las formas de arte, viajar también implica crear magia. Nos transforma, nos cambia, nos enriquece y nos hace crecer. Tras un viaje, nunca seremos las mismas personas que antes de emprenderlo.
Se puede viajar de muchas formas: visitando otros lugares, leyendo libros o probando actividades nuevas. Viajar significa abrirse a lo nuevo y desconocido. En este sentido amplio, viajar es una filosofía de vida. Es aprender cada día algo nuevo. Puede incluso ser un viaje al interior de nosotros mismos para descubrir nuevas facetas. Viajar es superar nuestros límites, reconociendo que siempre podemos hacer más para nosotros mismos y los demás, y convertirnos en mejores personas.
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Para quienes nos dedicamos a la enseñanza y formación de las nuevas generaciones, es fundamental adoptar esta visión de apertura. Debemos enseñar que hay un mundo enorme esperándonos fuera de las cuatro paredes a las que estamos acostumbrados y que podemos tener el mundo en nuestras manos si así lo deseamos.
Nuestra visión, desde el inicio de mi carrera escolar y académica, es enseñar a nuestros estudiantes a ser personas curiosas, a no conformarse con lo que leen o les dicen los profesores, a cuestionar, a investigar más y buscar más información. En la AIDH implementamos esta visión a través de metodologías de enseñanza innovadoras enfocadas en el pensamiento crítico, y diversas oportunidades de intercambio que permiten explorar nuevos y variados horizontes.
Los viajeros de los derechos humanos somos comparatistas. Abordamos el derecho con un enfoque que incluye la perspectiva de otros países, no sólo a través de referencias a textos normativos ajenos, sino con un enfoque contextual que considera soluciones a problemas comunes adoptados en otros espacios. La comparación jurídica es una mina de oro para el derecho, una fuente de conocimientos riquísima que puede ayudar a resolver problemas locales e incluso estructurales, que muchos prefieren ignorar por prejuicios o desconocimiento.
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Una mente viajera es una mente abierta a cambios y nuevas situaciones, capaz de enfrentar y resolver cualquier problema que se le presente. Probablemente será también una persona empática con las necesidades ajenas porque, si ha viajado, sabe que salir de la zona de confort requiere mucha ayuda y que hay muchas personas en situaciones difíciles que podrían necesitar de nuestra ayuda. Y esto es precisamente lo que los nuevos profesionales de los derechos humanos necesitan ser.
La autora es Directora General de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH