La mágica enseñanza desde el pizarrón
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Para mi inolvidable maestro Javier Villarreal Lozano
Juan de Mairena, personaje creado por Antonio Machado, dicta a su alumno y le pide que escriba en la pizarra la siguiente frase:
“Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
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El alumno, escribe Machado, apunta lo que se le dicta. Y el maestro, entonces, le pide:
“Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético”. Y el alumno vuelve al pizarrón y escribe:
“Lo que pasa en la calle”.
“No está mal”, concluye Mairena.
El episodio que cuenta Machado es un acto de vida cotidiana en la de un maestro y un alumno. Uno y otro frente a un espacio mágico en donde el conocimiento viene y va un día, transformándose enseguida y al día siguiente y al otro también, y en los siguientes años en el escenario de miles de nuevas experiencias en torno a la enseñanza y al aprendizaje.
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Una maravilla el pizarrón que auxilia al maestro en labor tan entrañable y emocionante. El movimiento del marcador −antes el humilde, pero igual de mágico gis− que vuela conforme a la imaginación del maestro, conforme discurre su inteligencia, sus conocimientos y su emoción.
Los ojos se iluminan de acuerdo el tema se va desarrollando. El aula se ha ido transformando, variando las herramientas y los aparatos electrónicos que facilitan el aprendizaje. La luz que emitían los proyectores de acetatos invitaba al recogimiento y con ello a la reflexión, quedando a penumbras el salón. El proyector de diapositivas igualmente creaba una atmósfera de quietud que motivaba la imaginación y el pensamiento, papel que asume de muy semejante manera el conocido como “cañón”.
Aun con todas estas maravillas tecnológicas, para quien esto escribe, el pizarrón invita al conocimiento directo gracias al despliegue que en un momento hechizante puede darse entre el maestro y su clase.
Invitar a la tropa de alumnos a una lluvia de ideas que van a ir a parar a la pizarra es uno de los ejercicios más dinámicos y emocionantes de la enseñanza. Enlistar, elaborar mapas, crear diálogos, abrir cuadros sinópticos, dibujar, elaborar trazos, formar imágenes, todo en el momento en que se va abriendo campo el conocimiento en una y otra dirección.
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Pues bien sabido resulta que cuando el juego de enseñanza-aprendizaje da comienzo, uno y otros, van ejercitando la mente y el corazón, y juntos aprehenden las ideas. Juntos echan a andar la maquinaria de la imaginación. Encuentran autores, reconocen poemas, seleccionan uno y otro texto. Va todo ello a parar al pizarrón.
La magia se desvanece cuando el borrador elimina los instantes efímeros de la clase registrados en la pizarra. Esta queda en blanco hasta el arribo de una próxima sesión que nunca será igual a ninguna otra.
Las clases obran en un dinamismo esperanzador. Hay estudiantes que congelan la imagen con un dispositivo. Y entonces quedará en el recuerdo de la fotografía lo que ese día, esa tarde o esta noche se dijo, se discutió, se reflexionó.
Algunos conservarán en una fotografía el recuerdo de un momento hipnótico. Cuando el maestro borra el pizarrón, algo de nostalgia se asienta en su corazón.
Encuesta Vanguardia
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