La negación de la tragedia complica el diagnóstico para el régimen

Opinión
/ 5 noviembre 2025

López Obrador tuvo una buena lectura política para ganar y mantenerse en el poder, aunque sin diagnóstico para gobernar bien, de otra manera hubiera actuado para reformar, no para destruir

El país enfrenta problemas severos desde tiempo atrás, que se han acentuado de manera preocupante en los últimos años. Violencia, corrupción y bajo crecimiento económico son ejemplo, sin desconocer que en educación, salud y medio ambiente también hay un grave deterioro. El régimen obradorista se instaló en la retórica, exacerbando las insuficiencias del pasado para capitalizar electoralmente el descontento. Ya en el poder, construyó una convincente narrativa de éxito. Era retórica, no políticas, y decisiones de autoridad a grado tal que inauguró su gobierno con la cancelación del aeropuerto de Texcoco bajo la tesis de la corrupción. Ninguna denuncia se presentó; empresarios e inversionistas fueron indemnizados y los principales recontratados.

El problema presente es la negación, porque la legitimidad del gobierno actual pende del anterior. Quienes demandan que la presidenta Claudia Sheinbaum asuma una postura crítica o de distancia respecto al gobierno pasado, no entienden o no quieren entender que el régimen político es diferente a todo lo conocido. No gana un partido, sino un proyecto que sobrepone fidelidad a López Obrador sobre la lealtad al país y a la Constitución (Dulce María Sauri dixit).

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Andrés Manuel López Obrador inició su gobierno en condiciones muy distintas a las que enfrenta la presidenta Sheinbaum. La economía marchaba bien y se recibían los beneficios de los cambios estructurales, incluso en sectores como el energético; la inversión privada fluía, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) tenía una buena prospectiva y la industria del petróleo se encontraba en mejores condiciones que en muchos años. Las razones del descontento se asociaban a la corrupción, la violencia y la impunidad, además de la incapacidad del sistema económico para responder a las expectativas de muchos. López Obrador tuvo una buena lectura política para ganar y mantenerse en el poder, aunque sin diagnóstico para gobernar bien, de otra manera hubiera actuado para reformar, no para destruir.

En política resulta engañosa la popularidad. Los ajustes al gasto público, al privilegiar las entregas monetarias a millones de beneficiarios y la recuperación de los salarios, generan el espejismo de un cambio venturoso. No se advierte que si la economía no crece no hay mucho que repartir, salvo los recursos ya existentes: el ahorro de varias décadas y los draconianos recortes presupuestales a costa de la calidad del gobierno y del gasto en infraestructura. No hubo redistribución, los más ricos se beneficiaron aún más. El gobierno dispuso de casi todos los fideicomisos, ahorros y partidas, y ahora la Presidenta se ve ante el dilema de aumentar los ingresos a través de la recaudación, pero sin una reforma propiamente fiscal, una que amplíe la capacidad y discrecionalidad de cobro del gobierno sobre los contribuyentes.

El diagnóstico no se ha hecho presente porque hacerlo es condena, remite a las malas decisiones del pasado inmediato y privilegia las creencias sobre las razones, que algunos llaman ceguera ideológica. En realidad, son razones de política asociadas a la naturaleza del nuevo régimen político en el que un grupo llega al poder bajo un referente político de carácter personal, Andrés Manuel López Obrador. Como tal, se debe mantener a toda costa su vigencia y simbólica fortaleza, más allá de lo que haga, diga o instruya. Las palabras, juicios y decisiones de la presidenta Sheinbaum lo confirman.

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Sin embargo, la sobrevivencia del régimen está en un diseño que no da para su permanencia, por la misma razón que Madero recomendó a Porfirio Díaz retirarse y postular a un vicepresidente reformador para abrir paso a un régimen que no dependiera de un caudillo. El relevo por Sheinbaum fue virtuoso, porque la presidenta entendió la naturaleza del nuevo régimen, se trata de administrar las tensiones políticas, entre otras, evitar que la lucha contra el crimen y la corrupción no se traslade a los altos niveles del gobierno anterior y del actual, además de contener la presión de las autoridades norteamericanas sobre la agenda económica y de seguridad. Sin embargo, casos como el huachicol fiscal o el homicidio de Carlos Manzo ponen en entredicho la fortaleza del régimen.

El problema viene más adelante, por eso se propone modificar las reglas electorales, lo cual es posible; no las de representación política, porque requieren el voto del PVEM y PT, que serían perjudicados de hacerlo. Es fácil destruir muchas instituciones fundamentales de la República, no cuando están de por medio los intereses de los socios del proyecto. Manipular votos es suicida.

Finalmente, la negación de la tragedia y sus causas vuelve imposible el diagnóstico.

Licenciado en Derecho Facultad de Jurisprudencia UAC. Maestría y Estudios de Doctorado en Gobierno por la Universidad de Essex, Inglaterra.

Ha sido Catedrático en el ITAM; en el ITESM; en el CIDE; y en la Universidad Anáhuac.

En 1997 a 2000 titular de la Asesoría Política en la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo.

Desde 2005 director general del Gabinete de Comunicación Estratégica

Columnista Juego de Espejos en Milenio Diario, Bloomberg-El Financiero y en SDP Noticias, Código Libre y en la Revista Peninsular. Coautor de varios textos en materia electoral y estudios históricos.

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