Presidencialismo, poder y el certero Cuaderno 48
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Recomiendo a la Presidenta de la República leer completo el Cuaderno 48 antes de que, en 2026 y 2027, emule a todos sus antecesores
Es el Cuaderno 48 del Seminario Universitario de Gobernabilidad y Fiscalización de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Se trata de “Psicología del Poder y su Influencia”, de Juan José Sánchez Sosa. El texto se aboca a desmenuzar la forma tan rotunda en la que el poder cambia a las personas, a las políticas y los políticos, con todo y sus emociones más primitivas y complejas.
“Tener o ejercer una posición de poder, transforma. Cambia a la persona justo en los componentes del determinismo recíproco descrito anteriormente: el organismo, la cognición, la emoción y el comportamiento, así como la influencia entre ellos”, describe Sánchez Sosa, y alerta sobre el aislamiento que suele haber en los pasillos palaciegos y lo que eso puede ocasionar, como tantas veces observamos entre los presidentes priistas y panistas, y también en AMLO:
“Puede haber un deterioro sin que necesariamente el líder se dé cuenta de ello”.
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¿Cómo ocurre esa solitaria transformación? Ah, se trata de saborear sin restricciones ese estupefaciente que es tener enorme poder, el cual se potencia si hay elevados niveles de popularidad, y si se está rodeado de aduladores que cada día se postran sin cesar:
“Empecemos por reconocer lo adictivo que resulta la aceptación permanente, recibir elogios y consideraciones favorables hacia lo que se piensa, se decide y se hace. Esta dinámica recurrente se convierte en un problema porque el líder comenzará a adoptar actitudes que van en detrimento de su imagen, como rodearse de personas que lo elogian y lo adulan alejándolo de posturas críticas que contribuirían a la retroalimentación, a mirar otras perspectivas”.
Plantea el académico universitario: “Esta actitud conlleva a que, en ciertas circunstancias, para alcanzar determinados propósitos, si las normas establecidas frenan o impiden las decisiones del líder, se verá tentado a ‘doblar un poco’ la norma (o ‘un mucho’, diría yo). Tal vez no la rompa, pero llevará a cabo acciones o actuará de manera incongruente con esa norma o con los principios básicos con que la organización funciona. Va a adquirir una actitud que suele hacerse habitual al tomar decisiones ilustrado por el viejo refrán: ‘Más vale pedir perdón que pedir permiso’, actitud que va fomentando la noción de ser y sentirse superior a los demás y que puede desencadenar en franco autoritarismo y arbitrariedad, en el mejor de los casos, disfrazada”.
Y entonces, desde el interior de la mente del ser poderoso, desde lo más profundo de su ego, brota esa otra irresistible droga dura que es el narcisismo: “Furtner (2017), por ejemplo, señala que es frecuente encontrar a líderes narcisistas, que, aunque cautivan a muchos seguidores, suelen ignorar o despreciar leyes y normas, comportándose como si estuvieran por encima de ellas además de considerarse superiores a los demás. (...) Incitan a los otros a lograr lo que se proponen y que las cosas funcionen como ellos consideran, aunque sea distinto a lo establecido o a lo que marca la normatividad o la expectativa social”.
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¿Qué mueve a esos dirigentes narcisistas, además de su notorio onanismo político?
“Su tipo de liderazgo los hace dispuestos a rebasar prácticamente cualquier límite que consideren necesario, incluyendo normas jurídicas, sociales o prácticas culturales. En ocasiones es posible identificar líderes narcisistas ‘menos malos’ porque pueden autocontrolarse, son socialmente responsables y promueven la comunidad social; sin embargo, hay líderes con grados de maldad, impulsivos, socialmente poco aceptables, ególatras, autoindulgentes y deshonestos”.
Yo sí le recomiendo a la Presidenta de la República leer completo el Cuaderno 48 antes de que, en 2026 y 2027, emule a todos sus antecesores y sucumba a los arrebatos del narcisismo político mexicano tan nocivo para la sociedad.