La Sinfonía, ese bosque profundo II

Opinión
/ 10 mayo 2025

Solía jugar una suerte de juego de adivinanzas con mis antiguos compañeros de la escuela de música, consistente en adivinar el nombre y autor de la sinfonía (o pieza para piano, o de cámara, etc.) que alguno de nosotros ponía en el LP o, ya más cercano al fine saeculum, en un CD. El que adivinara la mayor cantidad de piezas posibles ganaba premios variopintos, desde 20 copias fotostáticas gratis, una torta de jamón de la cafeta de la escuela, una hora gratis de estudio en algún cubículo cedido por el jugador de más bajo puntaje, etc.

Además del orgullo de poseer el más fino y entrenado oído musical del grupo, se obtenía el inapreciable valor de la cultura auditiva, que para muchos de nosotros era una meta preciadísima. Pasábamos largas horas escuchando discos de colección particular y, otros, de la fonoteca de la escuela. De esta manera pudimos hacernos de un acervo auditivo envidiable.

En algún momento a alguien de la cofradía se le ocurrió la locura de introducir una nueva categoría para el juego: adivinar la orquesta y el director ejecutantes de la pieza escuchada. Así, nos disputamos el lugar más codiciado del juego. Imagine usted los discos LP de la década de los 80 del siglo pasado, acetatos con diseños sicodélicos, brillantes, cromáticos, experimentales y conceptuales, toda una escuela de diseño gráfico desfilando cotidianamente ante nuestros ojos. No juzgábamos esas portadas, las veíamos, sopesábamos, pero también divagábamos por largas horas en la estética apropiada o inapropiada de las portadas. Mis favoritas eran las portadas de la Deutsche Grammophon, fotografías pletóricas de color, de ángulos y perspectivas desconcertantes.

Recuerdo que los maestros de Análisis musical nos sumergieron sin piedad en las honduras inquietantes de los bosques sinfónicos: Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann, Mendelssohn, Liszt, Brahms, Mahler, Bruckner, Rachmaninov, Tchaikovski, Prokofiev, Bernstein, Chávez, etcétera. Después, con el paso del tiempo y la madurez de nuestro juicio, nos percatamos que escuchar una sinfonía, de cualquier periodo y autoría, demandaba de una brújula calibrada, de una agilidad lectora, de un sentido de orientación armónico y una habilidad desarrollada en las texturas y sonoridades orquestales. Todos estos elementos nos permitían “adivinar” con certeza el periodo de una obra sinfónica- o de cualquier otro periodo o corriente musical- y del autor posible, aunque no la hayamos escuchado ni conocido con anterioridad.

El cúmulo de conocimientos musicales, la lectura de partituras y la audición perenne de discos y conciertos en vivo, nos dotó de un sentido robusto para conocer el origen de cualquier obra solo con escucharla. El bagaje más preciado fue el de la audición sistemática y ordenada del repertorio sinfónico, por épocas y corrientes estilísticas, además de la lectura de biografías y ensayos históricos, como de la lectura de partituras orquestales.

La primera sinfonía que escuché con el mayor conocimiento acumulado fue la Sinfonía no. 104 en Re mayor, “London”, de Franz Joseph Haydn (1732-1809), compuesta en 1795. En sus sinfonías Haydn encontró el perfecto equilibrio sonoro en la distribución de las diversas secciones orquestales, a las que incorporó (y confirió) la importancia precisa a los instrumentos de aliento, primordialmente. La herencia de las cuerdas, su desarrollo, su técnica y sonoridad provienen del repertorio sinfónico de un italiano ilustre, Giovanni Battista Sammartini (1700-1775), autor de unas 70 sinfonías, 4 óperas, y una cantidad ingente de música de cámara.

Mozart heredó la estafeta de la creación sinfónica, dotándola de una belleza no solamente estructural, sino también de una reciedumbre que perduró durante los últimos años del siglo XVIII, y se extendió a lo largo del siglo XIX. La influencia italiana, tanto de los operistas como de los compositores de música instrumental (Corelli, Tartini, Giardini, Sammartini y Boccherini) se manifestó en él a raíz de sus primeros viajes a Italia (1769-73). Este Atril seguirá considerando el registro y derroteros de las obras sinfónicas que delinearon el panorama musical del Romanticismo.

CODA

“Si no tuviéramos alma, la música nos la hubiera creado”. Emil Cioran.

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