La síntesis: la necesidad de un proyecto político que reúna lo “mejor” de los extremos

Las islas Cícladas de Grecia son una pintoresca postal de casas encaladas y cúpulas azules esparcidas sobre las serenas aguas del mar Egeo. Muy cerca de aquí, hace más de 2 mil 500 años, grandes pensadores de la antigüedad cincelaron los pilares de lo que todavía llamamos democracia.

Pero, más que evocar a Sócrates o a Platón, visitar las icónicas islas de Paros y Antiparos, y después Naxos y Antinaxos, me llevó a pensar más bien en Hegel, el filósofo alemán, y en su singular método de razonamiento basado en la contraposición.

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Tal como sucede en todo proceso de aprendizaje, las ideas oscilan como un péndulo, generando pronunciados contrastes que eventualmente hallan su camino hacia la realidad política y social. Hegel propuso este movimiento dialéctico en tres etapas: tesis, antítesis y síntesis.

En las últimas décadas, la vida pública de nuestro país ha experimentado un constante vaivén, desplazándose de un extremo al otro y dejando a muchos ciudadanos, a la par, insatisfechos y desorientados. Hemos oscilado desde un desdeño hacia los más vulnerables hasta una férrea crítica contra los acaudalados. Hemos transitado de un ansia insaciable por títulos académicos hasta una marcada desconfianza hacia los expertos. Hemos ido desde un protagonismo casi desbordante hasta una ausencia casi total en la escena global.

Lo que México necesita hoy, quizá más que en cualquier otro momento de nuestra historia reciente, es alcanzar una especie de síntesis.

Por un lado, tenemos la tesis, representada por los gobiernos surgidos del PRI y del PAN, a los que se les ha tildado de neoliberales o tecnócratas. Estos gobiernos, apoyados por profesionales formados en prestigiosas universidades y con una relación casi simbiótica con la élite económica, buscaron modernizar al país y abrirlo al mundo. Sin embargo, demostraron ser insensibles ante la realidad social, toleraron décadas de corrupción y cometieron graves errores, especialmente en materia de seguridad.

La antítesis llegó en 2018 con la aplastante victoria de López Obrador en las urnas: una visión política que desprecia la tecnocracia y que busca acortar la brecha con los sectores más vulnerables de la población. Así, tenemos un presidente que habla como el México profundo, que renuncia a la ambición o injerencia en la comunidad internacional, y cuyo gobierno invierte en programas sociales a un ritmo mucho mayor.

Estamos al borde de un nuevo movimiento del péndulo. Al igual que las encantadoras Islas Cícladas, cada una con su identidad única, nuestra sociedad, compuesta por numerosas voces y perspectivas, podría converger en un proyecto común que nos impulse simultáneamente hacia el progreso y la justicia.

En una visión hegeliana, la síntesis entre estos dos extremos sería un proyecto político que reúna lo “mejor” de ambos mundos. ¿Será posible combinar una auténtica sensibilidad social, un enfoque honesto e informado en la gestión gubernamental y una estrategia para reposicionar al país en el escenario mundial? ¿Somos capaces de encontrar el camino hacia un futuro más próspero y equitativo para todos? Tristemente, también existe la posibilidad de derivar hacia una síntesis distinta: un país aislado del mundo, un gobierno incompetente y, nuevamente, un nulo avance en la lucha contra la corrupción.

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La decisión que en menos de un año debemos tomar no es trivial, y tampoco está tan predeterminada cómo muchos comienzan a creer.

Si algo me llevo de Grecia, es la certeza de que nuestra democracia se encuentra en un proceso constante de evolución y mejora. Nuestra responsabilidad como ciudadanos radica en definir primero lo que queremos, y después identificar a quienes pueden ayudarnos a alcanzar esa realidad. Nuestra meta debe ser lograr la síntesis que nos permita edificar un México más justo, próspero y equitativo para todos.