La tierra de Alvargonzález

Opinión
/ 20 diciembre 2025

Sergio Verduzco sufrió mucho los ataques de sus hijos que, como los de Alvargonzález, querían todo

In memoriam Sergio Verduzco

Apenas me enteré de la muerte de Sergio vino a mi memoria un larguísimo poema de Antonio Machado que recitaba completo cuando joven. “Alvargonzález, dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se dice bienestar, y aquí opulencia”, tuvo tres hijos, a dos les donó parte de su riqueza y al tercero lo entregó a la Iglesia. Pronto surgieron la envidia y la cizaña. “La codicia de los campos ve tras la muerte la herencia; no goza de lo que tiene, por ansia de lo que espera”. Ambos hijos codiciaban toda la riqueza y un mal día encontraron a su padre durmiendo. “Soñando está con sus hijos, que sus hijos lo apuñalan”. Su sueño era real. Lo arrojan a la Laguna Negra. Fracasan en las tierras que heredaron y la culpa se instala en sus pechos. Termina el enorme poema: “¡Padre!, gritaron; al fondo de la laguna serena cayeron, y el eco ¡padre! repitió de peña en peña”.

Comí con Sergio nueve días antes de su muerte. Estaba sereno, participativo en los diálogos; bebimos una copa de vino blanco y comimos un sabrosísimo caldo de garbanzos y pescado blanco. Y aquí hago un paréntesis: su cocinera veía a Sergio muy solo y leyendo horas y horas. Ella se preguntó por qué le interesaba tanto la lectura y le pidió un libro prestado. Sergio, demasiado atrevido, le entregó la obra magna de Tolstói, “Guerra y Paz”. Pues, contra lo esperado, lo leyó (casi mil páginas) y compartió partes de su lectura (ella muy seria y algo tímida). Me enteré de que era otomí (ñahñú, se nombran). Empecé a regalarle libros: Allan Poe, Carson McCullers, Conan Doyle, Rulfo (“El Llano...”) y otros. Los leyó. Un día encontré en la librería Librakos dos libros en otomí: “Don Quijote” y “El Principito” y se los entregué. De éste me dijo que no era un cuento: es sabiduría. Hasta aquí la chef Inés.

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Retomo el tema, aunque no creo haberme salido. Sergio sufrió mucho los ataques de sus hijos que, como los de Alvargonzález, querían todo. Sergio les había entregado el 25 por ciento de su fortuna a cada uno, menos a su hija Irmita. Creyó que los varones llevarían su rica empresa hacia arriba. ¡No!, se equivocó, querían todo. La guerra entre padre e hijos no es algo secreto. De un lado y otro pagaron medias páginas de periódicos ofendiéndose. Él los llamaba “cuervos”. A tanto llegó que Sergio publicó en redes una advertencia: si me pasa algo a mí o a Irmita, denuncio desde ahora a mis hijos.

Es claro que no estoy adelantando conclusiones o culpabilidades. El fiscal sabrá hacer su trabajo. Entre suicidio (que es lo que se dijo de inmediato) y homicidio hay un largo tramo, pero el hecho es que murió de un balazo. De lo que sí estoy claro es del dolor de ese padre al que arrebataron gran parte de su empresa. Conozco a ambos hijos y no les deseo terminar como los de Alvargonzález, pero quizás todavía puedan gritar ¡padre!

Freud creó la teoría del complejo de Edipo basándose en la magna obra de Sófocles, “Edipo Rey”, cuyo título original en griego era “Oidipous Tyrannos” (Edipo Tirano). Teorizó con la idea de que los niños varones se enamoran de la madre y las niñas del padre. Tampoco estoy diciendo que esto sucedió, pero encaja. El mismo Sigmund Freud escribió cartas amorosas a su madre, que se conservan, y tuvo una relación tensa y negativa con su padre. Y, como los de Alvargonzález, demasiado tarde, Freud fue a hincarse ante la tumba del padre y, llorando, le pidió perdón.

Envío mis condolencias a Irmita y a sus hijos, y nada más a ellos.

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