La última de Brahms

Bach es a Pitágoras como Mozart es a Policleto, el autor del Diadúmeno. Bach y Pitágoras, matemáticos ambos, elevaron los números a explicación sustancial de la Naturaleza; Pitágoras desde la filosofía y Bach desde la música. Bach construyó su inmensa catedral sonora sobre cimientos numéricos. Un argumento rápido para defender lo anterior está en el canon Cangrejo BWV 1079, pequeñísima composición bidireccional de apenas tres minutos, en la que la partitura fue pensada para su interpretación hacia adelante y hacia atrás simultáneamente. (Una mayor ilustración se encontrará en la animación realizada por el ingeniero mecánico y matemático belga Jos Leys, en la que empata el Cangrejo, con la cinta de Moëbius)
Antes comparé a Policleto con Mozart porque, si Haydn creó la sinfonía, Mozart la perfeccionó. Por las sinfonías de Mozart se desliza la línea perfecta de la escultura griega en cuyo mármol se invoca la idílica concepción del hombre, como hijo de los dioses. La suavidad de las 41 sinfonías mozartianas, llenas de armonía, suavidad, y belleza en las que se retrata al perfecto burgués del XVIII europeo, y sus majestades imperiales, sólo tiene paralelo con, por ejemplo, el Diadúmeno, de Policleto.
En el clasicismo de Haydn y de Mozart, se buscaba elevar la música a un nivel de dignidad tal que fuese merecedora de los más altos oídos, y a la vez, construir un vehículo para que los hombres sin cultura, los villanos, sublimaran su espíritu. El clasicismo era armonía, belleza, y mesura, en cuyas notas los oyentes, nobles o desheredados, encontraran el retrato idealizado de la sociedad, y, desde luego, de la Divinidad. Así, con D de Diadúmeno = escultura que representa los dos principios opuestos del reposo y el movimiento; una balanza —la conciencia— entre el Bien y el Mal; la perfección humana, y su natural deterioro. (Una mayor reflexión del Diadúmeno se encontrará en el libro Nuestro cuerpo, [2023] de Juan Luis Arsuaga).
El orden matemático del barroco, y el orden ordenado del clasicismo se fueron al traste con la llegada apasionada, visceral y desgreñada del Romanticismo, encabezado por Beethoven. De pronto exultante, de pronto lúgubre; ya alegre, ya alicaído es el romanticismo una copa llena de contrastes emotivos, en permanente búsqueda del virtuosismo. Algunos de sus exponentes lo dicen todo: Beethoven (1770-1827), Berlioz (1803-1869), Chopin (1810-1849), Liszt (1811-1886), Schumann (1810-1856), y Johannes Brahms (1833-1897). Johannes Brahms opera más o menos como un gozne entre el Romanticismo acendrado del siglo XIX y el Impresionismo de los albores del XX; como antes Beethoven lo fue al mediar entre el Clasicismo y el Romanticismo.
Hasta antes de Brahms se esperaba que la música tuviese un sentido, contase una historia o al menos hiciese alusión a algo. Esta idea prevaleció en las obras más conocidas de Brahms. Me refiero, por ejemplo, al Réquiem alemán, Op. 45; la Rapsodia para alto Op. 53. —dolorosa despedida formal de su amor Clara, próxima a casarse con Robert Shumann—; la sinfonía No 1 en do menor, Op. 68; la Obertura del festival académico, Op. 80, la Obertura trágica, Op. 81, la sinfonía No 3 en fa mayor, Op. 90, o las Danzas húngaras,
Si las tres primeras sinfonías de Brahms se elevan al punto más acabado del género, y aluden a emociones, la cuarta abre la puerta a lo que habría de llamarse Música absoluta, aquella que se sitúa lejos de las descripciones, de las imágenes, y que Mahler habría de desarrollar intentando que la música hablara por sí misma, sin programas explícitos ni títulos descriptivos.
La sinfonía No. 4, Op. 98 de Brahms es la más compleja de todas sus composiciones. Hay en ella una profundidad y una innovación de la estructura sinfonística, que va de párrafos de intensa exaltación hasta pasajes lentos y suaves; de una rica instrumentación y esmerada atención al detalle que llama a novedosas texturas sonoras, pero que en ningún momento pide al escucha reflexión ni introspección.
Escrita en la tonalidad de mi menor, la Sinfonía No. 4 de 1885, consta de cuatro movimientos: I. Allegro non troppo, II. Andante moderato, III. Allegro giocoso – Poco meno presto – Tempo I, y IV. Allegro energico e passionato – Più Allegro.
Esta hermosísima sinfonía será interpretada por la orquesta filarmónica del Desierto, hoy jueves 27, en el Teatro de la Ciudad, bajo la batuta de Rodrigo Macías, director huésped.