Placeres lícitos: lo que no se disfruta se pierde para siempre

Opinión
/ 3 septiembre 2024

Uno de los primeros filósofos que profundizó en la brevedad de la vida fue Epicuro, quien en el siglo IV a.C. ofreció una visión que invita a disfrutar del presente. Epicuro sostenía que, dado que la vida es finita y la muerte es inevitable, debemos liberarnos del miedo a la muerte y centrarnos en la búsqueda de la felicidad mediante el placer moderado y la serenidad del alma. Para él, preocuparse por la muerte era una pérdida de tiempo, pues “cuando nosotros existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no existimos”. Epicuro nos llama a apreciar la vida en su fugacidad y a no dejar que el miedo al futuro nos robe el presente.

Más tarde, Séneca, el filósofo estoico romano del siglo I, escribió una obra titulada De la brevedad de la vida, donde aborda directamente la cuestión del tiempo y cómo lo gastamos. Para Séneca, la vida no es intrínsecamente corta, sino que nosotros la hacemos corta debido a nuestras preocupaciones y actividades triviales. Gastamos demasiado tiempo preocupándonos por cosas fuera de nuestro control, persiguiendo deseos vacíos y cediendo a placeres efímeros, olvidando lo más esencial: vivir con virtud y sabiduría. “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”, dice Séneca, y nos urge a valorar cada momento, a utilizar nuestro tiempo de manera significativa, enfocándonos en el cultivo del espíritu y el conocimiento.

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DISTANCIA

La vida es contraste: tragedia y comedia, pobreza y abundancia, salud y enfermedad, deleite y dolor, deseo e indigencia, luz y sombra. Así se constituye, y las personas intentamos constantemente salir bien libradas de estos dilemas. Pero, a veces, el alma enfrenta otras agresiones que le impiden vivir con gozo, embates que antaño ni siquiera imaginábamos.

Violencia, tensiones, inseguridad, la búsqueda incesante de competitividad, poder, dinero, y un ruido constante –demasiado ruido– marcan la rapidez con la que hoy apenas sobrevivimos. Estas realidades secuestran al ser humano del siglo XXI, impidiéndole desarrollarse plenamente, alejándolo de la armonía y del simple placer de vivir el momento.

UNA ROSA FUGAZ

“Papá, quiero que tomes una foto al rosal que planté. Acaba de abrirse una rosa increíble”, me dijo con entusiasmo. Absorto en mis tareas, le respondí: “Sí, hijo, mañana tomaremos esa foto”. Él asintió con una sonrisa, confiado en que ese momento especial sería capturado.

Sin embargo, cuando llegó la mañana siguiente, la rosa ya no existía. El viento de la noche había deshojado sus pétalos en silencio, llevándose con él la oportunidad que habíamos pospuesto. Al abrir la puerta del jardín, con la cámara en mano, me di cuenta de que había llegado tarde. La flor que ayer florecía con esplendor hoy solo dejaba su fragancia en el aire, un rastro efímero de lo que fue. La mirada de mi hijo, cargada de desilusión, se clavó en mi alma como un recordatorio doloroso de lo que había perdido: un momento simple, pero irrepetible”.

Es cierto que nos pasamos la vida ocupados en lo urgente y lo trivial, postergando lo que realmente importa. En nuestra prisa por cumplir con todas las demandas, complicamos nuestra existencia. A pesar de hacer mucho, disfrutamos poco. El tiempo, que se escurre entre nuestros dedos como agua, lleva consigo la vida misma, dejándonos sin la oportunidad de disfrutar de los pequeños placeres que son esenciales para vivir con alegría y entusiasmo.

En ocasiones lo más urgente es detenernos, contemplar, y maravillarnos con lo simple: una flor que se abre, la sonrisa de un hijo, la quietud de un momento que nunca se repetirá. La vida no espera, y tampoco debemos esperar nosotros. Sería entonces conveniente vivir con el alma abierta, desplegada, para capturar esos instantes que dan sentido a la existencia.

PLACERES

Creo que antes había mejor calidad de vida porque la gente en verdad disfrutaba de los pequeños y sencillos acontecimientos. Es cierto, las personas vivían menos años, pero sospecho que más plenamente, ahora que se vive más años se tiende a abusar frenéticamente de todo y nos colmamos -hasta vaciarnos- de los “grandes placeres” ¡hasta que el cuerpo y la cartera aguanten!, pero pareciera que, finalmente, no hay verdaderos deleites en esta alocada carrera.

Antiguamente la gente no disfrutaba de luz eléctrica, pero dormía bien. Intuitivamente sabían que “para estar bien despiertos hacía falta estar bien dormidos”, y ahora el simple placer de descansar, de dormir apropiadamente, lo hemos enjaulado a una época específica del año: en las vacaciones. Razón por la cual muchos viven de mal humor, soñolientos, robándole horas al descanso para dedicarlas al trabajo, paradójicamente, siendo más improductivos.

VÉRTIGO

En México, en los años cincuenta apenas había programas de televisión, pero existía la posibilidad de contemplar las estrellas, de conversar con la noche, de hacerse preguntas y encontrar respuestas. Me resulta curioso que, ahora que disponemos de tantos medios y distracciones, el aburrimiento persista, los fines sean escasos y el tiempo no se aprecie como un recurso vital.

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Hasta hace poco, la gente disfrutaba del alimento, saboreándolo con calma y apreciando cada bocado. Hoy en día, sin embargo, estamos obsesionados con la figura, controlando cada caloría con tal rigor que terminamos sacrificando el placer de comer. Antes, los guardarropas eran sencillos y carecían de marcas extravagantes. Hoy en día, muchas personas viven insatisfechas porque la moda –y sus marcas– están kilómetros por delante de la mayoría de los presupuestos o tallas, imponiendo un estándar inalcanzable.

Antes la vida transcurría con mayor sosiego. Las puertas de las casas permanecían abiertas, y también las del alma. Hoy, sin embargo, vivimos en un mundo donde muchas personas centran su existencia en la producción de dinero, obligándose a cerrar puertas y corazones para no ser robados.

Vaya contradicción: el dinero acumulado, que hoy se persigue con tanto afán, acaba siendo gastado más tarde en intentos desesperados por recuperar la salud y, no en pocas ocasiones, a la mismísima familia.

Antaño, cuando no existían las redes sociales, la gente disponía de tiempo y disposición para disfrutar de un buen libro, no esos que nos enseñan a ser competitivos o eficientes, sino aquellos que suavizan el alma, los que algunos considerarían “lecturas inútiles”.

Había más espacio para “ganar” el tiempo “gastándolo” en lo que realmente importa: con amigos, en pasatiempos que aquietan el espíritu, y en experiencias de vida inolvidables. Conversábamos sin la presión de los relojes, jugábamos juegos de mesa o simplemente disfrutábamos de un silencio que ahora parece tan escaso.

SERÍA...

Es lamentable que muchos opten por vivir como si estuvieran muriendo lentamente: trabajando con sufrimiento, cumpliendo con innumerables compromisos, y olvidando disfrutar el tiempo tal como llega, sin rodeos ni postergaciones. No obstante, es alentador saber que aún existen personas que comprenden la importancia de alimentar el alma con el gozo de los pequeños y grandes placeres que, generosamente, la vida nos ofrece. Son esas personas quienes nos recuerdan que, más allá de las prisas y las exigencias, hay una forma más plena y auténtica de vivir.

Sería sensato elegir fotografiar hoy mismo las rosas que florecen en nuestro jardín, antes de que el viento de la noche se lleve sus pétalos. No queremos enfrentarnos a la mirada de quienes nos aman, clavada en lo más profundo del alma, por haber dejado pasar esos momentos que importan. Es prudente recordar que “la vida de los ocupados en mil cosas es la más corta” y que, en el frenesí de hacer y cumplir, podemos perder de vista lo esencial.

En medio de esta constante vorágine, es fundamental tener presente la brevedad de la vida, entendiendo que lo que no se disfruta en su momento se pierde para siempre, como los pétalos de las rosas que el viento arrastra con furia. Por lo tanto, recordemos vivir con el alma despierta, saboreando cada instante, ya que es en estos pequeños momentos donde se encuentra el verdadero sentido de la existencia.

A nuestro alcance abundan pequeños deleites que, aunque efímeros, son profundamente apasionantes; para abrazarlos y disfrutarlos acordémonos que “al final de nuestra existencia también seremos juzgados por los placeres lícitos no gozados”.

cgutierrez_a@outlook.com

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