Los aranceles del ‘nuevo orden mundial’ de Trump
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Lo que Donald Trump ha planteado es el establecimiento de un nuevo orden mundial en el cual todos se subordinen, sin espacio para la negociación, a las reglas que él nos imponga
“Los aranceles recíprocos son una parte importante de la razón por la que los estadounidenses votaron por el presidente Trump: fueron una piedra angular de su campaña desde el principio.
“Todos sabían que él presionaría para lograrlos una vez que regresara al cargo; es exactamente lo que prometió y es una razón clave por la que ganó las elecciones”.
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Las expresiones anteriores forman parte de la “nota informativa” que la Casa Blanca difundió ayer luego de que el presidente Donald Trump diera a conocer, en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, el plan de “aranceles recíprocos” con el cual busca “fortalecer la posición económica internacional de los Estados Unidos y proteger a los trabajadores estadounidenses”.
El plan anunciado por Trump y el discurso nacionalista con el cual lo defendió, ante un auditorio presto para aplaudir cada frase grandilocuente, bien puede condensarse en lo que Trump ha denominado “la regla de oro de nuestra edad de oro”: que los Estados Unidos reciba, de los demás países, el mismo trato que ellos les ofrecen.
La postura política del mandatario supone, desde luego, la existencia de relaciones simétricas con el resto del mundo, es decir, que todos compiten en el mercado en igualdad de circunstancias, lo cual sin duda obligaría a que todas las reglas de trato fueran simétricas.
En términos económicos ello implicaría la existencia de un mercado global en el cual todas las naciones del mundo tuvieran una balanza comercial igual a cero, es decir, que importaran bienes y servicios por un valor exactamente igual al de sus exportaciones. Tal realidad es teóricamente posible, sin duda, pero virtualmente imposible en la realidad.
Y esto es así porque si algo distingue al mundo, desde siempre, es justamente la asimetría. A lo largo de la historia han existido naciones “ricas” y naciones “pobres”. Y lo que la globalización nos prometió a todos fue que “la mano invisible del mercado”, esa metáfora ideada por el economista y filósofo escocés del siglo 18, Adam Smith, serviría para que, mediante la creación de un mercado global, esas asimetrías se corrigieran.
Hoy que Donald Trump acusa al resto del planeta de “abusar”, “aprovecharse” y “robar” a su país, reclamando de paso un “trato justo”, lo que está haciendo es perder de vista que, en términos generales, está pidiendo un trato igual a quienes son terriblemente desiguales frente a los Estados Unidos.
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Debido a ello es que no estamos ante un plan económico que busca corregir asimetrías globales o convertir al planeta en un lugar con mejores niveles de bienestar y justicia para quienes lo habitamos, sino ante una declaración política que exige una posición de privilegio para el más fuerte del vecindario.
Se trata, en estricto sentido, de exigir a los débiles una posición de subordinación a partir del uso abusivo de la posición de superioridad del “imperio”. Se trata del intento por establecer, de forma unilateral y sin posibilidad de negociación, un nuevo orden mundial. Los efectos de este intento son difíciles de predecir, pero difícilmente serán agradables.