Mandar y gobernar, la visión de poder de López Obrador

Opinión
/ 15 abril 2024

Las expresiones del presidente López Obrador sobre mandar y gobernar no son conceptuales, son definiciones prácticas. Él dice que el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez, gobierna, pero no manda y alude a los intereses que orientan las decisiones de autoridad en el Estado. En otras palabras, gobernar tiene que ver con las instituciones; mandar, con las decisiones de autoridad. El Presidente cree que puede haber gobernador, pero no necesariamente es quien manda porque no decide.

Esta diferenciación de López Obrador es inherente a su visión del poder. En varios episodios refiere que los presidentes eran meros ejecutores de las decisiones de los hombres del dinero, que por la vía de la corrupción se imponían a los gobernantes y hacían de éstos simples gestores. El mal originario no eran los gobernantes o los políticos, sino los intereses económicos, un mal de factura reciente, propio del periodo neoliberal.

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De esta manera se entiende la decisión de López Obrador de cancelar el aeropuerto de Texcoco. Fue un acto simbólico fundacional de su gobierno. Él decide y resuelve en contra de los intereses económicos, sin miramiento de los efectos o consecuencias de sus actos de autoridad. Algunos de sus importantes colaboradores, como Carlos Urzúa, secretario de Hacienda, y Alfonso Romo, jefe de Oficina, tenían certeza de la inconveniencia de tal determinación y hacían creer que el proyecto continuaría. No anticiparon que el cálculo del Presidente no pertenecía al interés público o la conveniencia económica, sino a un objetivo puramente político con el que inicia su presidencia: él gobierna, pero, también, sólo él manda.

El Presidente utiliza discrecionalmente a la justicia y la ley como recurso para hacer valer su mando. Nuevamente, no se trata del interés general, tampoco del mandato que conlleva velar por la Constitución y sus leyes, la legalidad es selectiva, un recurso político a modo. Así las cosas, la ley no siempre es la ley; sí cuando conviene, no cuando limita o frena el ejercicio del poder.

Esta visión de mandar va a contrapelo de cualquier contención, no sólo la de la ley. Conlleva sometimiento, obediencia, subordinación de los demás. Por esta consideración el Congreso es oficialía de partes, no le es permisible cambiar ni una coma al proyecto presidencial. No hay corresponsabilidad ni colaboración, hay acatamiento a la voluntad suprema. Por ello los órganos constitucionales se vuelven anatema, son territorios para conquistar o colonizar, si no es que desaparecer. Lo mismo ocurre con la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y el Poder Judicial federal. Todas las instituciones deben actuar para reafirmar el mando del Presidente.

En la misma vena está la libertad de expresión y el papel protagónico de los militares. En un caso es el espacio de la deliberación pública, de la crítica, de la rendición de cuentas, de la denuncia social por lo que se hace o por las omisiones gubernamentales. En el paradigma obradorista no cabe la libertad porque su ejercicio cuando no es funcional al Presidente es embestida del enemigo. La libertad de prensa es amenaza porque para el régimen es simulación. Los militares, al contrario; su legitimidad no deviene de su origen popular, eso es retórica, sino de su obediencia, de su verticalidad, de su código de lealtad rigurosa al comandante supremo de las fuerzas armadas. La falsedad de los periodistas contrasta con la verdad que se reafirma con la lealtad incondicional de los militares, tesis propia de la mentalidad de un dictador.

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Mandar y gobernar obliga a pensar el futuro. El Presidente tiene la convicción de que el proyecto político de la 4T es de él, de nadie más. Por eso el partido es apéndice, instrumento, al igual que los gobiernos locales y el Congreso. La cuestión es que él dejará el gobierno, obligado pensar si dejará el mando. Su reacción al primer debate permite concluir que entiende que la tarea o misión de los candidatos que ganen, incluida Claudia Sheinbaum, es el mandato para su proyecto, no es el del partido, no el de ellos. Su tarea es defender con intransigencia a su gobierno y, en su momento, hacer realidad su proyecto legislativo para transitar a una democracia plebiscitaria que es una dictadura o tiranía.

Pregunta obligada en el supuesto triunfo de Morena: Claudia Sheinbaum como presidenta tendría el gobierno, pero ¿también el mando?

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