Manéjese con precaución
La colonial ciudad de San Juan de los Remedios, en la costa cubana, es un poblado realista mágico, muy seguramente hermano de Macondo. Durante años piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros se dieron gusto asaltando Remedios.
En 1652 se quedaron durante 12 días, haciendo de la iglesia de San Juan, su centro de operaciones. Siempre en busca de oro, perseguían a los aldeanos, saqueaban sus propiedades y violaban a sus mujeres, sin imaginar que los 13 altares, bajo los que dormían, habían sido pintados a las volandas y del mejor modo, para embozar las láminas de oro que las estofaban.
En 1667 el crudelísimo bucanero francés François l’Olonnais, El Olonés, equivalente de los mares a Vlad el Empalador, saqueó a Remedios con tal saña que los pobladores se plantearon abandonar la ciudad.
El cura párroco José González de la Cruz alentó el desaliento remediano con sonoras arengas para reconstruir a Remedios tierra adentro, en un predio llamado El Copey. Algunos habitantes se la pensaron dos veces antes de aceptar, mientras que otros ya estaban irremediablemente convencidos. El cura advirtió que los piratas los atacaban un día sí y el otro también, porque el pueblo estaba maldito por los demonios que habitaban la cueva El Boquerón, distante un par de leguas, “...de donde saldrían cientos de miles de batallones demoníacos a atacar a los remedianos.”
El cura fue más allá. Ordenó a Leonarda, negra liberta, protagonizar a mitad de la misa una posesión satánica, que dio pie a un exorcismo en público de la gente. Los que ya estaban convencidos de irse, se fueron a fundar la Villa de Santa Clara, y los que no, se quedaron. Al final se descubrió que el católico cura párroco era terrateniente, propietario de las tierras colindantes con El Copey, y que su pío interés era terrenalmente inmobiliario. (Véase la película Una pelea cubana contra los demonios, de 1972, de Tomás Gutiérrez Alea).
La relación de realismos mágicos de San Juan de los Remedios, Cuba, puede continuar por horas, pero su enumeración sólo haría más natural, y hasta necesario el prodigio de fundar una orquesta de cámara en 1927. Para esas fechas Remedios era una población de unos 7,000 habitantes —más o menos como la población actual de la cabecera de General Cepeda—, con una tasa de analfabetismo de 22 % y una escolaridad de 3° grado para los mayores de 15 años. Es decir, un sitio poco propicio para fundar una orquesta que tocara música clásica, ¿no? Pero comparándolo con México era un sitio ideal. Para 1930 61.5%, de los mexicanos mayores de 10 años era analfabeta.
El valiente visionario fue el músico y abogado remediano Alejandro García Caturla (1906-1940). Violinista de oído, estudió Derecho en la Universidad de La Habana, donde fundó “Caribe” orquesta de jazz-band. Después ingresó como violín de fila a la Orquesta Sinfónica de La Habana. Por el roce permanente con la música y los músicos, García Caturla fue aprendiendo con disciplina armonía, composición, instrumentación, crítica musical, y solfeo. Con su oído blanco —su padre fue un abogado blanco independentista, amigo de José Martí—, sintetizó la música tradicional negra escuchada desde la infancia, como bembés, sones, y danzones, la transfundió a las estructuras musicales académicas, sin miedo al prejuicio, y el resultado fue un armonioso palíndromo musical: en un sentido empieza cubano y concluye europeo, y en otro sentido empieza europeo y remata cubano.
También palindrómica fue su vida, pues para mantenerse firme como músico trabajaba como abogado —fue nombrado juez en Remedios—, y la abogacía cobraba sentido en su pasión como músico. En ambos ministerios era riguroso, incluso inflexible, tanto que en 1936 un delincuente atentó a tiros contra él. En 1940, cuando tenía 34 años, otro delincuente procesado por García Caturla lo asesinó a tiros. Qué muerte más realista mágica. Solo faltó que la sangre, como la de José Arcadio Buendía, atravesara la plaza y recorriera medio pueblo.
Algunas obras para iniciarse en García Caturla son No quiero cuento con tu marido, Mi mamá no quiere que yo baile el son, Tres danzas cubanas, o Berceuse campesina. En cualquier caso, manéjese con precaución, porque García Caturla los deslumbrará.
Lo dicho hasta aquí no es sino la punta de la punta del iceberg del portento musical que fue Alejandro García Caturla.
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Invito a la lectura del hermosísimo libro Cuba y las músicas negras, de Adolfo Salazar. FCE, Biblioteca de la cátedra del exilio, 2017.