Más allá de los libros de texto gratuito, ¿dónde quedan los verdaderos desafíos de la educación?
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La polémica por los libros de texto gratuito sigue arreciando en todo el país. Que si los repartirán o no, se ha convertido en nota en prácticamente todos los estados.
En Coahuila, por ejemplo, el Gobierno estatal decidió que no lo haría hasta que se cumplan los procesos judiciales que se interpusieron. Posteriormente, el secretario de Educación, Francisco Saracho, anunció que buscarían elementos jurídicos para evitar su distribución.
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En Chihuahua, donde más se han caldeado los ánimos, el Gobierno local dijo que no los distribuiría y que reimprimiría los libros de años anteriores. La Presidencia ha impugnado la decisión del ministro de la Corte, Luis María Aguilar, que ordenó la no repartición de los libros de texto de nivel básico en Chihuahua.
En varios estados preparan marchas para protestar por la distribución de los libros.
Es válido que la gente proteste por algo con lo que no está de acuerdo. Finalmente vivimos en una democracia. Sin embargo, creo que el debate de los libros de texto gratuito, más allá de fincar si son materiales con una alta carga ideológica (todos históricamente la han tenido) o no, está provocando que dejemos de un lado los verdaderos problemas de la educación en México.
La educación en México es deficiente no por los libros de texto. Es deficiente por muchos factores.
En el país hay 25.1 millones de personas en rezago educativo, según los últimos datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), una cifra que tiene aumentos constantes desde la medición del 2016. Y esos datos no son culpa de un libro de texto.
En México hay 4 millones 456 mil 431 personas analfabetas, según el último censo del Inegi en 2020. Tampoco es culpa de un libro de texto.
En México hay una tasa de deserción escolar del 2.5 en secundaria y del 9.2 en bachillerato. Muchos niños no acuden a la escuela porque el hambre es más canija y hay que comer. Las razones de la deserción escolar no son a causa de un libro de texto.
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En México, y esto lo evidenció todavía más la pandemia, hay escuelas sin drenaje, sin baños, sin agua, sin aires.
En México hay zonas donde los niños tienen que caminar por horas para ir a la escuela. Hay zonas sin maestros, sin pupitres o pizarrones.
En México el sindicato secuestra la educación y la convierte en una moneda de cambio político, sin importar el aprendizaje o no de los niños.
Y nada de esto es culpa de un libro de texto.
AL TIRO
Insisto, es válido tanto bullicio y efervescencia por un libro de texto. Son válidas las marchas, protestas e inconformidades.
Simplemente pongo sobre la mesa que un libro de texto no mejorará ni empeorará la educación en este país.
La imposición de una ideología, como un asunto de formación, se da en muchos niveles, no sólo en las aulas. Se da en la familia, en la iglesia, en la calle, con las relaciones, con el consumo de tragedias todos los días.
No estoy a favor ni en contra de los libros. Estoy en contra del uso propagandístico que se le ha dado siempre a la educación. Estoy en contra del uso político que se le da a cualquier cosa, particularmente a la educación, y basta revisar los planes de cada sexenio: todos llegan con un nuevo plan, y al paso del tiempo ninguno ha funcionado.
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Si los libros están mal, que los cambien. Pero ojalá también se marchara por esos 25.1 millones de personas con rezago educativo, por los que estudian y aprenden sentados en pisos de tierra, por los niños de la montaña de Guerrero que no saben si estudiar o trabajar para comer, por el maestro que olvidan en el ejido y tiene que poner dinero de su bolsa, por la escuela que tiene años sin una gota de agua.
Ojalá que lo que cambiara, más allá de un libro, fuera la estrategia y política educativa por una que pusiera a los niños y niñas en el centro, como lo verdaderamente importante.