Meditaciones metafísicas en la calle 34: entre la duda y la creencia
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Razón y creencia son dos caras de la misma moneda, debemos encontrar un equilibrio que nos permita comprender mejor nuestro entorno y dirigir nuestras acciones hacia lo que consideremos una mejor vida, tanto en nuestra intimidad como en lo colectivo
En estos días que el ocaso del año nos ralentiza, es importante recuperarnos del ajetreo acumulado, para lo cual nos reunimos con nuestros seres queridos, entramos a la comedera, reposamos y le dedicamos mayor tiempo al ocio, la contemplación y la reflexión. En mi caso, en el descanso disfruté más películas de lo usual, entre ellas “La Ventana Indiscreta” (1954) y “Vértigo” (1958), ambas del maestro del suspenso, Alfred Hitchcock.
Curiosamente, la que más me invitó a reflexionar fue la clásica fábula navideña “Milagro en la calle 34” –la versión de 1994–, en la que un carismático Richard Attenborough interpreta a Kris Kringle, es decir, Papá Noel. En la trama, el protagonista es llevado a juicio para resolver si realmente es el gordito bonachón que habita en el Polo Norte con sus elfos, que viste de rojo y que todas las Nochebuenas vuela con su trineo tirado por renos para darle regalos a todos los niños que se han portado bien en el mundo; o, si más bien, se trata de un loco.
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Para que el juez pueda definir si el hombre es o no Santa Claus debe responder antes a una pregunta fundamental: ¿Santa Claus existe? Este enredo jurídico revela las posturas de los distintos personajes, algunos más crédulos y otros más escépticos, dirigiéndonos a las siguientes interrogantes: ¿cuál es la relación entre fe –o creencia– y razón? ¿Son incompatibles? O, más bien, ¿están vinculadas?
La película problematiza sobre si es posible la vida humana y social sin un mínimo atisbo de fe. La moraleja del argumento es que no, y así lo creo yo también: la duda absoluta nos conduce a la nada. Se requiere un piso básico de certeza, un fundamento bajo el cual podamos orientarnos y relacionarnos tanto con los otros como con el mundo de manera relativamente armónica.
Ni siquiera René Descartes, padre de la duda metódica, era un escéptico absoluto. En las “Meditaciones Metafísicas” (1641), a pesar de que primero expresa que expondrá por qué podemos dudar de todas las cosas, hay un momento en el cual detiene su naturaleza inquisitiva. “Yo soy, yo existo” es la premisa fundamental cartesiana, el muro contra el cual se topa su duda. Al intentar dudar de todo, su pensamiento permanece inmiscuido en la duda, por lo cual nunca logra deshacerse de su “yo”, de su consciencia:
“Si he llegado a persuadirme de algo o solamente si he pensado alguna cosa, es sin duda, porque yo existía (...) y, por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo”.
Por su parte, Ludwig Wittgenstein –uno de los más rigurosos lógicos en la historia de la filosofía– también comprendió que el misterio y la fe rodean a los sistemas de proposiciones de las ciencias y la lógica. Estos sólo pueden explicar su contenido, pero no pueden salirse del sistema para explicarse a sí mismos: “El sentido del mundo tiene que residir fuera de él”, escribió lapidariamente el vienés en el “Tractatus logico-philosophicus” (1921), “lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico”. Todo sistema de pensamiento racional es un sistema de creencia, en ocasiones con más solidez lógica y racional que en otras:
“Cuando empezamos a creer algo, lo que creemos no es una única proposición, sino todo un sistema de proposiciones. Lo que sé, lo creo. Mis convicciones constituyen un sistema, un edificio”.
Para lograr una armonía vital, tanto personal como social, cognitiva, cultural, científica e institucional, necesitamos partir de al menos las siguientes certezas, que en última instancia son creencias: somos un yo consciente; hay un mundo exterior que puedo conocer; existen otras personas con facultades cognitivas como las mías; existe una red lingüística que me permite comunicar y compartir mi experiencia y conocimientos con los otros y recibir información de ellos.
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Razón y creencia son dos caras de la misma moneda, debemos encontrar un equilibrio que nos permita comprender mejor nuestro entorno y dirigir nuestras acciones hacia lo que consideremos una mejor vida, tanto en nuestra intimidad como en lo colectivo. Asimismo, debemos procurar que nuestras creencias no sean demasiado rígidas como para no adaptarlas cuando demuestren ser erradas o inútiles, ni demasiado elásticas que nos lleven a la contradicción constante o al nihilismo destructivo.
Con esta breve reflexión me despido de este año, queridos lectores. Les agradezco inmensamente que me acompañen periódica o esporádicamente. Les deseo un feliz año nuevo, mucha salud, amor y que cumplan todos sus propósitos para el 2026.
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Correo electrónico: areopago480@gmail.com