Memoria colectiva: Relatos para ser contados como parte del patrimonio cultural

Opinión
/ 6 julio 2025

Los relatos son cuestión de circularidad, nunca de historias sosas compartidas por personajes que se asumen en redes sociales como líderes de opinión

La narrativa aparece con su fuerza convocante en los relatos de leyendas o de pequeñas historias que desde la oralidad se quedan en la memoria colectiva de una comunidad. Estamos próximos a entrar al segundo cuarto del siglo 21 y, para fortuna, aún sorprenden las crónicas sobre sucesos sobrenaturales o en torno a hechos ocurridos a lo largo de los años, como es el caso de la otrora villa hortelana de San Miguel de Aguayo de la Nueva Tlaxcala, hoy Bustamante, Nuevo León.

Hay calles, como la de Aldama, a la altura de la casa que fuera de la curandera Chana, en las que se sigue evitando caminar al llegar la noche. Antes de la devastación que provocó en 1988 el huracán Gilberto en el Cañón de Las Brujas, mejor conocido como Cañón de Bustamante, estaba de pie el nogal en el que fue colgado el niño Panchito. Existen casas en el casco antiguo que dan cuenta de apariciones de seres de otro plano.

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Los relatos forman parte de la riqueza patrimonial de la cultura intangible de los pueblos, que se distinguen por causar un impacto en los sentidos del viajero, mucho antes de la existencia de los conceptos de viaje ligados al turismo.

San Miguel de Aguayo siempre recibió la visita de viajeros, algunos de los cuales finalmente se quedaron a residir. Procedentes de distintas estirpes y nacionalidades: alemanes, italianos, estadounidenses, incluyendo a mexicanos de muchas otras latitudes, como lo fue el caso del venerable médico Abraham Buentello, alcalde del pueblo de 1895 a 1908. Ya llevando el nombre de Bustamante, llegaron y se enamoraron del lugar personas provenientes del exterior del pueblo; el caso de la memorable potosina María de la Luz Herrera, presidenta municipal de 1989 a 1991, y del actual munícipe Mario Reséndez Garza.

Pero los primeros viajeros avecindados fueron los dignos tlaxcaltecas, quienes llegaron alrededor del año 1685, pues antes de la fundación formal del Pueblo de Indios tuvieron que demostrar que tenían cementeras de maíz regadas por una saca del ojo de agua que bautizaron como San Lorenzo, uno de los santos más socorridos para el sincretismo religioso tlaxcalteca.

Considero que somos viajeros intermitentes y que nuestros destinos de viaje están en función de sitios que nos hagan vivir una narrativa colectiva fuera del campo del storytelling, que ha hecho desaparecer a los relatos, porque su dimensión es efímera a pesar de los likes y porque los relatores conocidos como influencers se aman tanto a sí mismos que olvidan que la inteligencia colectiva debe provocar la construcción del futuro y que sus esfuerzos de comunicación son vagos e intrascendentes.

Por ello la importancia de la narrativa, que conlleva el relato desde la crónica como una madeja de hilo fino que se va enriqueciendo con elementos informativos plenos de imágenes y de misterio que provocan momentos para la reflexión, en donde el silencio es cómplice de sensaciones que agradecen los lectores en un círculo perfecto en el que el espíritu asociativo está presente.

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Los relatos son cuestión de circularidad, nunca de historias sosas compartidas por personajes que se asumen en redes sociales como líderes de opinión por los likes recibidos en una plataforma que es presencia fatua y olvido: un presente que no llega a ningún lado.

Por ello, la narrativa que procede de relatos que enmarcan sensaciones compartidas por una comunidad es una narrativa con vida. ¿Cuántos relatos están por escribirse desde las antiguas calles de la Villa de Santiago del Saltillo o desde las acequias de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, más allá del relato de Agustín Jaime, que “bajaba” a caballo a ver a su amada por calles de Bravo? Promovamos y seamos parte de una narrativa de relatos genuinos.

Columna: Mundo sustentable

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