México: Rumbo al 2024 se requieren ciudadanos racionales
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Si por cultura, en su sentido más amplio, se entienden todas las manifestaciones que un ser humano tiene en una sociedad determinada; por cultura política tendríamos que hablar de conocimientos, actitudes y competencias que una persona tiene con respecto al sistema político en el que pervive. Y aquí tendríamos que partir de los orígenes que nos identifican como nación, la normatividad y sus procesos, evidentemente el proceso histórico del que ha sido parte en el tiempo y las reglas del juego vigentes en lo que a la democracia se refiere.
Hablar del concepto de cultura política nos pone en la ruta de saber cómo es que, en este caso, el ciudadano en México entiende el espectro político y si ha quedado claro que de pronto no le interesa tanto –basta con recordar las encuestas que hace Latinobarómetro–, por ejemplo: ¿Cuándo escucha hablar de política qué es lo que usted hace? o ¿qué tan contento está con la democracia que tenemos en México?
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En ese sentido, ¿cómo modificar las creencias y percepciones que tiene el mexicano promedio sobre el tema político? La respuesta es un tanto holística, porque el ciudadano no sólo debe de cambiar el chip, cosa que difícilmente pasará. Es más factible que la aplicación de la ley, en el caso de los políticos profesionales, se endurezca y que se aplique, porque esta es la mejor señal de que nos estamos tomando en serio el espacio de lo público.
El cumplimiento de las normas por parte de quienes nos gobiernan y de quienes somos gobernados y la aplicación de la ley es el signo más claro de la confianza en las instituciones. A eso se debe la distancia que hay de por medio entre servidores públicos y ciudadanos. Hoy parece que la participación y el debate en las redes sociales aumentan la percepción en torno a lo público, independientemente de los asegunes que esto pueda tener. Gabriel Almond y Sidney Verba (1970, p. 34), quienes han realizado un excelente trabajo en este rubro, dicen que la cultura política:
a) (...) puede ser un reflejo del sistema político más que un determinante del mismo puesto.
b) (...) fomenta la estabilidad política en general y no sólo la de la democracia en particular.
c) (...) el esquema dedica muy poca atención a las subculturas políticas, o sea, a aquellas culturas que se desvían o chocan con la cultura política nacional y que no pueden ser desdeñadas porque en ocasiones han llegado a poner en duda la viabilidad de la noción misma de cultura nacional.
d) (...) No otorga importancia el papel que juega la élite gobernante.
¿Por qué dificultamos entender por qué ocurre lo que ocurre en cuanto al tema democrático? Porque la información y la formación que tenemos en el tema es muy básica. No se trata solamente de salir a votar, la democracia tiene un espectro muy amplio, sino de ir más allá. Hablamos de ciudadanos racionales que piensan, evalúan y que una vez haciendo ese ejercicio toman sus mejores decisiones.
La racionalidad es lo que nos distingue de los seres que pertenecen a otras etapas de la evolución de la vida, pues nos da la posibilidad de pensar, evaluar, entender y actuar tomando las mejores decisiones que nos favorezcan, en conjunto. La racionalidad nos permite hacer un ejercicio de análisis y de toma de decisión adecuadas, pero sobre todo nos permite recopilar elementos para apreciar, con objetividad y fundamento, sus propuestas, sus trayectorias políticas y profesionales, sus formaciones académicas y en lo relevante para la función pública, sus características personales. Y en lo público de estar al tanto de cómo marchan las administraciones y hacer un ejercicio de supervisión constante solicitando a los servidores públicos transparencia y rendición de cuentas.
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Norberto Bobbio (2010) afirma entre líneas que en los países latinoamericanos no somos ni podremos ser democráticos porque la democracia requiere de personas racionales. Continúa diciendo que la racionalidad nos permite hacer un ejercicio de análisis y de toma de decisión adecuadas sobre quienes nos conviene o no como sociedad para que asuma un cargo o puesto público, pero sobre todo nos permite recopilar elementos para apreciar, con objetividad y fundamento, sus propuestas, sus trayectorias políticas y profesionales, sus formaciones académicas y en lo relevante para la función pública, sus características personales. ¿Está pensando en alguna de las dos candidatas hasta el momento propuestas?
En una democracia –como en la que vivimos– ya no puede ser el beneficio personal, el fanatismo partidista o el emotivismo lo que nos mueva, sino la racionalidad. Seguramente en el camino hacia el 2024, los asesores de imagen y de campaña buscarán conectar con sus sentimientos o a través de las historias de superación tratarán de convencerle o buscarán mostrarnos las cualidades mesiánicas de las candidatas. No se equivoque, eso se denomina demagogia, lo que realmente requerimos por estos días, para que nos aproximemos un poco más al ideal democrático, son ciudadanos racionales. Así las cosas.