Mi oración
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A veces la gente me pregunta qué es lo primero que hago cuando empiezo a escribir. ¿Me concentro en hallar las palabras exactas y precisas? ¿Redacto un esquema a fin de sujetar mi escrito a las reglas del método? ¿Busco una frase célebre que ponga autoridad y mérito en mi artículo? ¿Recurro al Internet para allegarme material? Nada de eso. Lo primero que hago cuando empiezo a escribir es santiguarme.
Sé que no merezco hacer eso. El acto de santiguarse uno es muy solemne; nadie debería trazar mecánicamente sobre sí la señal de la cruz. El que se santigua es porque se propone hacerlo todo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es decir, se erige a sí mismo en una especie de vicario o representante de Dios sobre la tierra. Quienes son buenos pueden arrogarse tal representación. Pero yo no soy bueno. Por lo tanto cuando me santiguo incurro en usurpación de funciones. Sin embargo Dios es muy grande, y entonces hasta los más pequeños podemos santiguarnos. Y es muy bueno, y entonces hasta los más malos podemos ponernos bajo el amparo de su cruz.
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Lo primero que hago cuando comienzo a escribir, lo dije, es santiguarme. Y lo segundo es mirar una pequeña estampa que tengo sobre mi mesa de trabajo. En esa estampa está la oración llamada “de San Francisco”. Ya no la leo, pues la sé de memoria, pero la miro para recordarla, porque en ella se encierra todo un tratado para ejercer bien la tarea del periodista. Aquel que siga sus dictados no errará jamás en el desempeño de su oficio. Y yo no quiero errar, aunque frecuentemente caiga en yerro.
Voy a poner aquí esa oración. La pondré primero en italiano, porque así la escribió quien la compuso, y así se ha atribuido al Poverello, y luego en español, porque así es como la digo yo.
Preghiera semplice.
Oh, Signore: fa di me un istrumento della tua pace.
Dove é odio, fa ch’ io porti l’ amore.
Dove é offesa, ch’ io porti il perdono.
Dove é discordia, ch’ io porti l’ unione.
Dove é dubbio, ch’ io porti la fede.
Dove é errore, ch’ io porti la veritá.
Dove é disperazione, chi’ io porti la speranza.
Dove é tristezza, ch’ io porti la gioia.
Dove sono le tenebre, ch’ io porti la luce.
*
Oh divino maestro: fa ch’ io non cerchi tanto
ad essere consolato, quanto a consolare;
ad essere compreso, quanto a comprendere;
ad essere amato, quanto ad amare.
Poiché si é dando che si riceve,
perdonando che si é perdonati,
e morendo in te che si risuscita a vita eterna...
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Esta es mi traducción:
Oración sencilla.
Señor: hazme instrumento de tu paz.
Donde haya odio lleve yo amor.
Donde haya ofensa, perdón.
Donde haya discordia, unión.
Donde haya duda, fe.
Donde haya error, verdad.
Donde haya desesperación, esperanza.
Donde haya tristeza, alegría.
Donde haya sombras, luz.
*
Oh divino maestro: haz que no busque yo
ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, sino amar.
Porque dando es como recibimos,
perdonando es como tú nos perdonas,
y muriendo en ti es como nacemos a la vida eterna.
¡Cómo quisiera yo vivir esa oración, no nada más decirla! Si la viviera entonces sí merecería esa preciosa condecoración que se pone a sí mismo el buen cristiano cuando se santigua.