Mirador 02/09/2024
Ayer ardió en mi casa una pequeña vela. Cada día primero de mes la enciendo en señal de gratitud a ese misterio que en lenguaje eclesiástico se llama la Divina Providencia, de donde me vienen, sin merecerlos yo, los dones de la casa, el vestido y el sustento.
Alguien dirá que son fruto de mi trabajo. Yo los considero milagros, y los recibo al mismo tiempo con el asombro y la humildad de un pordiosero al que le cae del cielo una ventura inesperada.
Por esos prodigios doy las gracias, y por mi prójimo, a través de cuyas manos me llegan las bienaventuranzas del vestido, el techo, el pan. La luz de la mínima candela que enciendo en esta fecha me salva de caer en las oscuridades de la ingratitud.
Por ti y por mí digo la antigua oración que mi abuela me hacía rezar: “La Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falten casa, vestido y sustento”.
¡Hasta mañana!...