Me gustan las tunas que se llaman “blancas”. Son las que más saben al nopal.
Prefiero, sin embargo, las tunas amarillas. Son las que más saben al paraíso.
Las tunas son como muchachas esquivas: espinosas por fuera, dulcísimas por dentro. Sobre la mesa de la cocina del Potrero han puesto un platón lleno de tunas. Las hay blancas, rojas y amarillas. En cada una el sol se ha vuelto miel.
Los nopales de aquí abundan un año en tunas y otro año en pencas nuevas. Y dice un viejo dicho potrereño: “Año de nopales, año de males. Año de tunas, año de fortunas”. No dice si de fortunas buenas o adversas, que de las dos especies hay. Con la misma serenidad deberíamos recibir ambas, pues de ellas está hecha la vida, que tiene dicha y penas por igual.
Hago un lado todo pensamiento y me llevo a la boca una tuna. Amarilla, desde luego. La muerdo y es como si por mis labios escurrieran todas las dulzuras de este mundo y los otros.
¡Hasta mañana!...