Mirador 16/09/2024
Recuerdo con nostalgia el Bar Tolo’s, cantina benemérita de Monterrey.
Situado en la esquina de Platón Sánchez y Santiago Tapia, ese insigne establecimiento recibía a una selecta clientela de clase media –a esa clase pertenezco– que disfrutaba comedidamente de las bebidas de la casa y de la especial botana que ofrecía: criadillas de toro a la plancha o a la mexicana.
Lo mejor, sin embargo –al menos para mí–, era el quinteto de cuerdas que tocaba en el salón: dos violines, un cello, una guitarra y un contrabajo a cargo de músicos de edad que dominaban un repertorio amplísimo. Yo les pedía piezas raras: “El Faisán”, “Los Millones de Arlequín”, “Nola”, el vals “Olímpica”, y todas las conocían e interpretaban en modo magistral.
Una vez les solicité el pasodoble “Armilla”. Tocaron algo que nunca había oído yo, y se los dije. Me respondió el anciano señor que dirigía el conjunto: “Posiblemente el pasodoble que esperaba usted es el que compuso el maestro Lara. Pero ése se llama ‘Fermín’. Cuando fue a registrarlo con el nombre de Armilla se encontró con que ya había uno registrado así. Es el que acabamos de tocar. Por eso al suyo tuvo que ponerle ‘Fermín’”.
No olvido la cerveza bien helada y las criadillas del Tolo’s. Tampoco olvido la lección de humildad que recibí ahí.
¡Hasta mañana!...