Mujeres a favor y en contra de Harfuch
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Una de las razones que se esgrimen para explicar la popularidad de Omar García Harfuch en la disputa por la candidatura es su atractivo físico. Imposible saber a ciencia cierta, al menos por el momento, cuánto afecta este factor y cuánto obedece a otros motivos menos frívolos. Después de todo, se trata del responsable de la seguridad pública del Gobierno de la capital durante los últimos cuatro años. Los buenos números que exhibe su gestión seguramente explican en parte la imagen favorable a ojos de tantos ciudadanos preocupados por la criminalidad. Pero ciertamente el atractivo físico nunca ha estorbado a un candidato en campaña.
Sea cierto o no que las mujeres fortalecen los números de Harfuch, paradójicamente las razones de género podrían provocar su derrota. Recordemos que, siguiendo las pautas de las autoridades electorales y producto de una práctica impulsada por el partido mismo, Morena se ha comprometido a que sean mujeres la mitad de sus candidatos para disputar las nueve entidades federativas que habrán de elegir gobernador el próximo año. Eso significa que los varones no pueden encabezar más allá de cuatro o de cinco candidaturas. Un principio de justicia sí, pero que contradice otro de los criterios para definir a los abanderados: el candidato oficial es aquel o aquella que gane la encuesta interna.
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¿Qué pasaría, por ejemplo, si en ocho o siete de las nueve entidades ganan hombres en los sondeos definitivos (o para el caso si ganan sólo mujeres)? ¿Cómo se llegará a la elección final con una propuesta que sea paritaria en términos de género? Hace unos días en un video al alimón, Claudia Sheinbaum, líder del movimiento tras la ceremonia del bastón de mando, y Mario Delgado, presidente de Morena, dejan suponer que, al terminar los procesos internos, en caso de existir un conflicto entre los dos criterios, prevalecerá el de la paridad de género. En pocas palabras, si ganan hombres en siete de las nueve entidades, al menos dos de ellos (quizá tres) tendrían que dejar su lugar a la rival interna que hubiese conseguido el mejor segundo lugar.
El tema ha pasado inadvertido para la opinión pública, pero ha sido una descarga eléctrica entre los cuadros y cuartos de guerra vinculados a las precampañas. Y con razón. En este momento sólo en Veracruz hay una mujer ampliamente favorita para quedarse con la candidatura, Rocío Nahle, según encuestas externas e internas. En la Ciudad de México y la mayoría de las entidades restantes, los políticos que participan gozan de mayor reconocimiento de nombre que sus colegas mujeres. En otros estados aún es demasiado incierto para inclinarse en un sentido u otro. Pero es improbable que la inercia de la contienda arroje un resultado paritario porque nos encontramos a menos de tres semanas para que inicie el levantamiento definitivo.
Para efectos de la opinión pública el tema podría ser explosivo. Mal manejado provocaría una lectura terrible en la legitimidad del proceso. En principio, supongo, la mayoría de las personas estarían de acuerdo con el criterio de paridad de género, al menos en abstracto. Y aquí un breve paréntesis: en algunos círculos se cuestiona el criterio de paridad de género para reivindicar el de equidad de género en materia de candidaturas. Es decir, las mujeres deben tener el mismo derecho para competir por los puestos, la equidad en la participación es necesaria y, en ese sentido, es correcto que la mitad de los aspirantes sean mujeres. Pero más allá de eso, la decisión, se afirma, debe ser de los ciudadanos. Si en una entidad se prefiere a un determinado hombre y no a una determinada mujer, la decisión de la mayoría tendría que ser respetada. La equidad es imprescindible, no así “la imposición” de una paridad artificial. El tema es complejo y escapa a los límites de este texto, para empezar porque la equidad no se remite exclusivamente a un asunto aritmético (igual número de precandidatos), sino también de piso parejo, o ausencia de éste, en la manera en que hombres y mujeres se disputan los puestos. Y no carece de lógica que en la composición de los cuadros que dirigen los destinos públicos debe reflejar el hecho de que la mitad de los habitantes sean mujeres. Lo dicho, un tema complejo.
Para lo que nos ocupa, sin embargo, todo indica que el criterio ya está definido: habrá paridad en la propuesta final. Pero si se opera de manera confusa puede dar lugar al “sospechosísmo”. ¿En qué entidades sacrificar a quién y por qué? ¿Cómo tumbar a un candidato que efectivamente ganó? Si en la precampaña por la presidencia y en la de Coahuila, Morena enfrentó el reclamo de contendientes derrotados (Marcelo Ebrard y Ricardo Mejía, respectivamente) ¿cuál será la actitud de candidatos legítimamente ganadores que habrán de ser sacrificados?
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La única vacuna contra esta previsible tormenta es definir de antemano, con mucha claridad y amplia divulgación, los criterios que habrán de aplicarse en caso de tener que recurrir a este procedimiento. Establecer desde ahora bajo qué lógica se intervendría en determinada entidad y no en otra, en caso de necesitarse. Se entiende que se ascendería a los segundos lugares que más se hayan acercado al puntero. Pero también existe el criterio por parte del INE y acordado por los partidos políticos, de que las mujeres no deben ser destinadas sólo a las entidades en las que el partido tiene pocas posibilidades de ganar (en el caso de Morena Yucatán, Guanajuato y Jalisco, por ejemplo). También tendrían que incluirse en aquellas en las que el partido arranca como favorito: Tabasco, Chiapas, Morelos o la capital del país.
Lo cual nos regresa a Harfuch y su principal contrincante por la candidatura de la Ciudad de México, Clara Brugada. En algunas encuestas se le da una ventaja de 13 puntos, en otras se reduce a 5. Esto abre una contienda totalmente distinta, aunque sujeta a lo que pase en el conjunto de las nueve. Para el cuarto de guerra de la exdelegada de Iztapalapa el objetivo se hace mucho más asequible. No necesitaría ganar, pero sí mantenerse a un cuerpo o dos de distancia del puntero. Para Harfuch el reto es inverso; lo que parecía un día de campo se ha convertido en una campaña frenética para arrasar en la contienda, de otra manera podría ser una victoria pírrica.
Para Morena se trata de dos candidatos competitivos, ambos con amplia ventaja para triunfar posteriormente en la elección definitiva. Pero tendría que asegurarse de que la aplicación del criterio de la paridad de género, por más bien intencionada que sea, no sea leída como un dedazo político disfrazado.
@jorgezepedap