Mujeres vs. machismo: La decisión de ser diferente sin el permiso social

Es persistente. El machismo en México, tan exaltado, sigue presente en los actos cotidianos. No es privativo de los hombres. Hay mujeres que hacen perfecta gala de él, continuando con la práctica, dejándola viva en un país que por fortuna, y por otro lado, sí tiene algunos que lo detestan.

Isabel Allende dice, en sus memorias “Mujeres del Alma Mía”, que “la peor discriminación es contra los pobres −siempre lo es−”, pero algo que a ella le pesaba más en su infancia era la que soportaban las mujeres, porque le parecía que a veces se podría lograr salir de la pobreza, “pero nunca de la determinada por el género”.

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Ella adquirió conciencia desde temprano, en un momento en que no se cuestionaba, no se consideraba lo era, esta discriminación. Afirma en entrevistas que la situación en muchos sentidos el mundo cambió, como haberse alcanzado el voto femenino y una mayor participación activa de las mujeres en las decisiones públicas, en la iniciativa privada, en el campo social y laboral.

Mujeres hubo en la Ilustración que eran brillantes, pero su actuación fue opacada; muchas no reconocidas. En el ámbito de la literatura, Virginia Woolf habló con claridad: las mujeres necesitan independencia, una habitación y “500 libras al año” para poder desarrollarse, desempeñarse y destacarse.

Al referirse a Jane Austen, recuerda que el sobrino de la escritora se planteaba: “Es asombroso que lograra hacer tantas cosas porque no disponía de un estudio al que retirarse y la mayor parte de su trabajo debió de hacerlo en la sala común, expuesta a constantes interrupciones. Se cuidaba mucho de que ni los criados ni las visitas ni otras personas ajenas al círculo familiar sospecharan cuál era su ocupación”.

Austen debía esconder sus manuscritos o los ocultaba con una hoja de papel secante. No tenía “habitación propia” y, por tanto, su propia formación en la sala común, con su capacidad de observación y su sensibilidad femenina le permitían analizar las emociones humanas y crear los escenarios.

Hay una necesidad del patriarcado que estaba presente y permanece ahora, en nuestra era. Debe el patriarcado, asegura Woolf, “conquistar, debe gobernar, el creer que mucha gente, la mitad de la humanidad es por naturaleza inferior a él”.

Cuando se rebaja la figura de la mujer, momento en que las palabras son lanzadas como dardos cargados de odio e ironía, las frases apuntan a degradar el feminismo. Ataques como estos, o a veces la burla escondida en las risas, es lo que Virginia señala que derivará en lo que han de hacer las mujeres: protestar “contra la violación de su derecho a creer en sí”.

La frase se complementa con la trama de Han Kang, en su libro “La Vegetariana”. Una mujer que de un momento a otro decide que no volverá a comer carne en su vida. Así, de repente, no sólo vacía su refrigerador, sino que cambia su existencia a partir de esta su determinación.

Berna González, que escribe para el periódico español “El País”, señala muy acertadamente: “La Vegetariana” es un asfixiante retrato del aislamiento en el que puede sumergirse una persona al cambiar sin el permiso de los demás.

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Lo dice Woolf: no hay derecho a creer en sí misma. Lo recalca González a un siglo de distancia: no hay permiso social para cambiar de roles o de decisiones personales.

Isabel Allende coincide en este siglo también con Woolf: “Si la mujer tiene poder de decisión e ingresos propios; si prosperan las familias progresa la comunidad y, por extensión, el país. Así se rompe el ciclo de la miseria”.

La cultura debe permear a la par. Cultura, educación, sensibilidad, de unos y otros; de unas y otras. Si las risas se levantan; si funciona la ironía, arma que además descubre propias inseguridades, el cambio no sucederá.