‘No me gusta leer’

Opinión
/ 12 noviembre 2025

El otro día, en lo más profundo de una lección universitaria, le hice al alumnado esa pregunta que de vez en cuando me gusta hacer en torno a los hábitos intelectuales:

—¿Lees?

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El alumnado me miró sin dudar y, a la vez, respondió con la sinceridad de una confesión:

—No. Me aburre leer.

Su respuesta fue breve, pero muy reveladora. En esa oración hay un síntoma muy característico de nuestro tiempo, al que, como padres y educadores, no podemos hacer la vista gorda. Si a un joven de 18 o 20 años “le aburre leer”, no es sólo una aversión; se trata de la puerta cerrada a un mundo de ideas, de la reflexión, del lenguaje, de la imaginación, del pensamiento crítico, del desarrollo intelectual.

Muchas personas jóvenes llegan al estadio adulto sin el gusto por la lectura, con escasa tolerancia a la —típicamente humana— experiencia del aburrimiento y una dependencia extrema de la estimulación inmediata y persistente. Han crecido ante pantallas que cambiaban cada tres segundos, con formato de videoclips, notificando continuamente, premiando digitalmente por el solo hecho de estar ahí. Mi alumno presenta estas características: es adicto a los videojuegos.

Leer pide lo contrario:

-Atención sostenida

-Imaginación

-Paciencia

-Silencio

-Tiempo

Cuando un screening dice “me da flojera leer”, lo que nos está diciendo realmente es: “Yo estoy acostumbrado a los estímulos rápidos, y mi cerebro no tolera la pausa”. Esto es inquietante porque la lectura no es sólo un acto cultural, sino también un ejercicio neurocognitivo en primera línea. Incrementa el vocabulario, fortalece la memoria, activa la reflexión, mejora la regulación emocional y amplía el pensamiento abstracto. Una persona joven que no lee está podrida (Brainrot). No por falta de capacidad, sino por falta de entrenamiento de la voluntad y su inteligencia ejecutiva.

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No hay nadie que adquiera, de la noche a la mañana, la pasión por leer. El hábito nace en el hogar: el de comer bien, el de educar en el respeto o el de educar en la disciplina.

Preguntémonos con honestidad:

¿Leemos en presencia de nuestros hijos?

¿Existen libros en el hogar o sólo pantallas?

Cuando los niños se aburren, ¿les ponemos un libro en las manos o un medio de comunicación?

Lo que se siembra en la infancia florecerá —o desaparecerá— en el mundo universitario. “A mi hijo no le gusta leer” — una expresión terrible—. Hay muchos padres que dicen: “No le gusta leer, así es él”. Pero un chico no escoge amar o rechazar la lectura por pura naturaleza. El gusto tiene que educarse. Nadie nace queriendo correr maratones; uno se prepara. Nadie nace cultivando el amor por la lectura; lo va descubriendo, acompañando y ejercitando.

Leerle al hijo en voz alta, leer juntos las historias, preguntarle qué le parece... Son pequeñas semillas. No tenemos que formar eruditos, sino jóvenes capaces de concentrarse, reflexionar y sentir curiosidad por el mundo.

En un mundo donde la inteligencia artificial escribe por nosotros, el pensar, el entender y el comunicar se convertirán en un superpoder humano. Los jóvenes que no leen dependerán de las ideas de los demás; los que leen construirán las propias.

Cuando un joven expresa que “leer le aburre”, me suena a: “Nadie me ha enseñado a descubrir el placer de pensar”.

Padres: aún estamos a tiempo. La lectura no es una tarea escolar, es un legado familiar, emocional e intelectual. Regalemos a nuestros hijos el tesoro del silencio, la paciencia y la imaginación. Un libro al día no cambiará el mundo, pero sí salvará una mente del ruido permanente y de la superficie.

Es licenciado en Educación con Maestría en Desarrollo Organizacional por la UdeM. Maestría en Psicopedagogía Clínica en España. Cuenta con doctorado en Currículum e Instrucción por la Universidad del Norte de Texas y estudios de Postrgrado en Educación, género, aprendizaje y cerebro en el programa de Velma Smichdt por la Universidad del Norte de Texas.

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