Once años de Morena en Coahuila: oportunidades desaprovechadas
COMPARTIR
Morena en Coahuila enfrenta una limitación crítica: no ha logrado proyectar una figura pública que genere respeto político ni confianza ciudadana
El 9 de julio de 2014, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) obtuvo su registro como partido político nacional. Esta nueva fuerza política logró articular una mayoría social que desafió las inercias del viejo régimen y, en su primera elección federal, la hazaña de colocar a Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia de la República, iniciando con ello el proceso de construcción de la Cuarta Transformación. Hoy, bajo el liderazgo presidencial de Claudia Sheinbaum Pardo, el proyecto continúa con firmeza y sentido histórico. La fortaleza de la dirigencia nacional también es innegable; no obstante, desde una perspectiva estatal, el aniversario de Morena debería convocarnos a una reflexión y evaluar con honestidad si hemos estado a la altura.
La brecha entre el horizonte transformador a nivel federal y su concreción en el ámbito estatal se revela preocupante. Como militante fundador, comprometido con las causas sociales más allá de las coyunturas electorales, no puedo eludir la necesidad de una autocrítica: Morena en Coahuila ha desaprovechado oportunidades históricas para constituirse como una auténtica fuerza de cambio.
TE PUEDE INTERESAR: Inundaciones en Coahuila: cómo y dónde se inunda para entender quiénes importan
La autoridad moral, que en sus orígenes nos movilizó −la misma que nos llevó a tocar puertas con el periódico Regeneración en mano, armados únicamente con esperanza y convicción−, ha sido, en numerosas ocasiones, desplazada por una lógica de reparto clientelar, improvisación política y abandono de los principios fundacionales. El resultado: un partido desarticulado, con escasa capacidad para construir liderazgos legítimos, sin institucionalidad consolidada ni órganos internos fuertes o credibilidad social sostenida.
El análisis debe comenzar por un examen riguroso del perfil de las personas que Morena en Coahuila ha promovido para cargos de representación popular. Diputadas y diputados, tanto federales como locales, regidores, así como presidentas y presidentes municipales −con contadas y honrosas excepciones−, han demostrado una preocupante falta de formación política, ideológica, experiencia en la administración pública y compromiso real con el proyecto transformador.
La selección de candidaturas ha respondido, en muchos casos, a intereses personales o acuerdos circunstanciales, más que a una visión estratégica de largo plazo. Esta disonancia, entre los fines del movimiento y los medios utilizados para alcanzarlos, ha debilitado su legitimidad simbólica, mermado su fuerza ética, fragmentado su estructura y erosionado su capacidad de organización territorial.
Igualmente grave es la omisión sistemática para ocupar espacios estratégicos dentro de la administración pública federal en el estado. Las delegaciones federales, que debieron fungir como plataformas para la formación de servidores públicos con vocación transformadora desde 2018, continúan, en su mayoría, en manos de funcionarios heredados del antiguo régimen. Esta continuidad no sólo perpetúa inercias burocráticas contrarias al espíritu de la Cuarta Transformación, sino que además impide la construcción de una nueva ética del servicio público, basada en la honestidad, la eficiencia y el compromiso real con el pueblo. Lejos de consolidar una estructura técnica profesional, alineada con los principios del movimiento, se han desaprovechado años decisivos para instaurar una cultura institucional coherente con los valores que dieron origen a Morena.
Otro factor persistente ha sido la incapacidad del partido en Coahuila para articular un proyecto político y social con autonomía estratégica y arraigo comunitario. Morena no ha logrado todavía construir una narrativa propia, ni una propuesta programática territorializada, ni una agenda que dialogue de manera efectiva con las preocupaciones concretas de la ciudadanía coahuilense. Se trata, pues, de generar un discurso situado, una plataforma política local clara y un vínculo auténtico con la sociedad, un Proyecto Coahuila. Pero en lugar de constituirse como un polo articulador de voluntades sociales, el partido ha devenido en un espacio fragmentado, tensionado por disputas internas, carente de liderazgos convocantes y excesivamente subordinado a las decisiones del centro.
Coahuila está preparado para una alternancia. El agotamiento del régimen político local es evidente, al igual que la demanda social por renovación institucional y justicia. Sin embargo, el malestar ciudadano no se traduce automáticamente en respaldo electoral. La ciudadanía no vota por la abstracción del cambio, sino por la credibilidad y consistencia de una alternativa.
En este escenario, Morena en Coahuila enfrenta una limitación crítica: no ha logrado proyectar una figura pública que genere respeto político ni confianza ciudadana. Esta carencia no se debe a la falta de personas capaces entre sus militantes, sino a la ausencia de una estrategia clara para formar cuadros, construir presencia en los barrios y articular un proyecto político con identidad local definida. La incapacidad para generar alianzas, entablar diálogo con otros sectores y ejercer la política profesional con visión estratégica y altura institucional ha impedido que el partido se posicione como una opción real de gobierno.
TE PUEDE INTERESAR: Impide Morena Coahuila llegada de nuevos liderazgos
Frente a este panorama, resulta imprescindible un viraje estratégico. No se trata de buscar culpables ni de alimentar confrontaciones estériles, sino de emprender con urgencia una refundación política e intelectual profunda que replantee el rumbo de Morena en el estado. Es fundamental volver a los principios que le dieron origen, superar errores e iniciar un proceso sistemático de formación para la construcción de liderazgos con legitimidad social, desarrollar un proyecto político enraizado en nuestras realidades, pero articuladas con el cambio nacional.
El objetivo no debe limitarse a competir por cargos bajo la lógica electoral, sino a disputar el sentido común, resignificar el ejercicio del poder y colocar la acción política al servicio del pueblo con vocación transformadora y perspectiva de largo plazo.
A once años de haber sembrado las bases de este movimiento, Coahuila no ha cosechado los frutos que eran posibles. Sin embargo, la historia no está clausurada. Hay que recuperar el rumbo con honestidad, hablar con franqueza y actuar con congruencia. La Cuarta Transformación no se decreta, se construye o se frustra desde los territorios, en el trabajo cotidiano, en la organización comunitaria y en la coherencia entre el discurso y la acción.