Pemex, entre López Obrador y Sheinbaum

Opinión
/ 21 abril 2024

¿Qué tanto cambiará la administración de Claudia Sheinbaum respecto a la de Andrés Manuel López Obrador en el probable caso de ganar la presidencia? Es la pregunta de fondo que muchos mexicanos se estarán haciendo los próximos meses. Especulaciones van y vienen. Sólo podemos tener certeza en algo: la política energética cambiará significativamente. Un tema respecto al cual Sheinbaum ha sido categórica, particularmente respecto a las energías limpias, el área de competencia a la que ha dedicado la mitad de su vida profesional.

Lo anterior no significa que el próximo gobierno vaya a desmontar lo realizado por Pemex o CFE este sexenio. Contra la leyenda negra que se ha construido respecto a la petrolera estatal, los números muestran un enorme esfuerzo de rehabilitación y saneamiento industrial y económico para poner en pie a esta empresa. Es una tarea de mediano plazo que está a mitad de camino, aunque la prensa crítica no esté de acuerdo y la cuestione por los muchos rezagos que arrastra o por el costo que está exigiendo la reconversión.

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Pero los números no mienten. México dejará de ser importador neto de derivados de petróleo antes de dos años. Se dice rápido, pero las implicaciones son enormes. En el modelo anterior, en el que se abandonaron refinerías y petroquímica, el país siguió siendo exportador de petróleo, pero nos hicimos dependientes de la gasolina y el diésel del extranjero. No se necesita ser experto para entender que eso equivalía a vender aguacates a un precio y comprar guacamole a otro más alto. A partir de 2015, México se volvió deficitario y la brecha se fue ampliando en los siguientes años. En 2023 exportamos petróleo por 33 mil millones de dólares, pero compramos al extranjero 52 mil millones de derivados de petróleo. Un boquete negro de 19 mil millones anuales. Sólo eso provoca que la balanza comercial de nuestro país sea negativa (si quitamos el petróleo, el país tendría un saldo muy positivo entre sus ventas y sus compras al exterior).

¿Cómo explicar eso en un país con riqueza petrolera? Los yacimientos han menguado, cierto, pero aún son superiores a las necesidades del país. El problema ha sido un modelo depredador e irresponsable.

Más allá de lo que significó el impacto económico del abandono a Pemex, habría que señalar la vulnerabilidad a la que nos condena la dependencia del extranjero. Con la globalización se sostenía que la interdependencia era el mejor arreglo posible: que cada cual produjera lo que le salía mejor y comprara en el exterior todo lo demás, para ponerlo en los términos más simples posibles. Pero entre los America First, la pandemia, la guerra de Ucrania y las tormentas que provocan cortes en Estados Unidos, resultó evidente que ante una crisis los países productores se manejan con el consabido criterio de “cada quien se rasca con sus uñas”.

El desabastecimiento de fertilizantes, los cortes de suministro de gas, la monopolización de vacunas o el acaparamiento de combustible están a la vista. México ha operado desde hace años con reservas de gasolina y diésel equivalentes al consumo de 10 días y hoy dependemos de otros países para no quedar paralizados. Frente a la fragilidad que conlleva la crisis ambiental, las incidencias geopolíticas y hasta el eventual estado de ánimo de un presidente como Trump, es evidente que México, como cualquier otro país, está obligado a establecer criterios de seguridad nacional en áreas estratégicas, y la energía es la primera de ellas. Podemos discutir si Dos Bocas va a funcionar en 6 o en 14 meses, si costó más de lo que debería por el apresuramiento o si podría haberse ubicado en otro sitio. Sin duda ha exigido un esfuerzo descomunal (19 mil millones de dólares, justo el equivalente al déficit anual por importar gasolinas), pero constituye la pieza nodal en esa estrategia de autosuficiencia.

Pemex está haciendo lo necesario para conseguir ser autónomos en refinación, eliminar la producción del contaminante combustóleo (para eso son las coquizadoras en proceso de rehabilitación o construcción), y dejar de importar fertilizantes del extranjero. Nada de esto se está haciendo con endeudamiento. Las obligaciones de la empresa con el extranjero cayeron de 129 mil millones de dólares a 106 mil millones de dólares en el sexenio. ¿Cómo se ha conseguido? Básicamente disminuyendo el brutal impuesto que el fisco le aplicaba a la empresa paraestatal que pasó de 65 por ciento de los ingresos a 30 por ciento, y el apoyo para el pago de endeudamiento (cuando la deuda se paga “desde” el Gobierno Federal la tasa es menor, porque el país tiene mejor calificación que Pemex).

Lamento la jerga económica de los anteriores párrafos. Pero era necesario para explicarnos por qué Claudia Sheinbaum mantendría en lo esencial esta estrategia. Cuando se mira el bosque completo difícilmente puede estarse en desacuerdo, pese a los inconvenientes de este sacrificado proceso.

La gran diferencia entre el gobierno actual y el próximo es la estrategia para cubrir la demanda adicional. López Obrador decidió, con toda razón, topar la extracción de petróleo en México a 1.9 millones de barriles diarios, suficiente para producir los derivados que necesitamos. Pero el crecimiento del país exige más energía en los años por venir. Eso tendrá que hacerse con energía limpia, ha señalado una y otra vez la candidata.

Se trata de una diferencia clave. Y no es que el gobierno actual haya hostilizado la generación de fuentes de energía alternativa de manera explícita, pero está claro que se concentró en sanear la vapuleada situación de Pemex y CFE, reconstruyendo lo que se había erosionado y ampliando sus tareas tradicionales. Pocos o nulos recursos y atención a otras fuentes de energía. Pero como el argumento de las energías renovables había sido la coartada para una privatización del sector en el modelo anterior, bajo muchas aristas leoninas, fue la bandera utilizada para torpedear el proyecto obradorista, como si se tratase de una oposición entre energías limpias y sucias.

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Lo que ahora intentará Sheinbaum es mostrar que la generación de energías convencionales y alternativas no son incompatibles. Todo país las necesita pues el periodo de transición se alargará durante varias décadas.

Eso significa sostener el fortalecimiento de lo ya iniciado, y una verdadera cruzada para generar la energía adicional de los años por venir y aprovechar el sol, el viento, la energía térmica, el litio y otras fuentes. Pero va más allá de eso. Los retos energéticos están asociados a temas ambientales. Claudia ha planteado la necesidad de una política ambiciosa para el ahorro y uso racional de la energía (su verdadera vocación como científica) y la reconversión del transporte público de combustibles fósiles a eléctricos. Promete una revolución al respecto.

En resumen, en materia de segundo piso de la 4T, lo energético coincidirá en algunos tramos con el primer piso, en otros emprenderá trazos muy distintos.

@jorgezepedap

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