Pensar qué lugar queremos para México en el mundo frente a la amenaza de aranceles de EU

Opinión
/ 9 marzo 2025

Con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por México, Estados Unidos y Canadá en 1992, se estaba asumiendo una determinada visión para nuestra nación.

Quienes impulsaron ese acuerdo en nuestro país, pensaban que en la integración comercial con Estados Unidos encontraríamos el camino a la prosperidad. No solo era una visión de la economía, sino también, en todo sentido, un proyecto de nación: nuestra cultura, las instituciones políticas, las tradiciones, todo se pensaba en el sentido de una integración mayor a nuestro país vecino, visto como gran modelo a seguir. Era el proyecto de abandonar la “anticuada” visión nacionalista en pos de la modernidad, vista como globalización y adopción de los valores y cultura de Estados Unidos.

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En ese entonces, hubo una fuerte confrontación política al interior de México, pues esa visión de nuestra nación no era compartida por todos, obviamente. Un sector del PRI, entonces partido ampliamente dominante, estaba en contra por diversas razones. Buena parte de ellos habían salido de su partido para sumarse a la candidatura de Cuahutémoc Cárdenas, con una crítica explícita a ese tipo de tratados, por considerar que México no debía cifrar su destino en la integración con un país muy distinto a nosotros y de un tamaño económico mucho mayor. Diversos movimientos sociales hicieron manifestaciones y otras formas de protesta para intentar impedir un tratado de ese tipo y, en forma especialmente dramática, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional inició su levantamiento armado justo el día que entró en vigor el TLCAN: el 1 de enero de 1994.

Sin embargo, la oposición a ese proyecto de integración fue derrotada: la oposición política fue derrotada por vía del fraude electoral en 1988, fueron derrotados los movimientos que se manifestaron y el EZLN también fue detenido, tanto militar como políticamente.

Luego de esa gran derrota, la política cambió de coordenadas. La aplastante realidad de una integración económica ya lograda en buena medida, millones de empleos dependientes del tratado y la ausencia de un horizonte viable distinto, llevaron a que esa cuestión quedara fuera del debate y se diera como algo dado. Ninguna fuerza política electoral continuó oponiéndose al tratado: no era lo mismo oponerse en 1988, cuando el tratado era apenas una idea esbozada por un sector del PRI, que varios lustros después, cuando ya habían cambiando drásticamente las condiciones del país.

Es justo reconocer que la integración comercial trajo beneficios importantes para algunos sectores. La industria automotriz y de autopartes —tan significativa en regiones como Coahuila— experimentó un crecimiento considerable. Se generaron empleos en la manufactura y la industria maquiladora, permitiendo cierta estabilidad económica. Las exportaciones mexicanas a Estados Unidos crecieron exponencialmente, convirtiendo a México en uno de sus principales socios comerciales. Sin embargo, estos beneficios no se distribuyeron uniformemente en la población y muchas regiones quedaron excluidas del desarrollo. La contención de los salarios con la idea de “atraer inversiones”, la privatización de los ejidos y el abandono de la política para el campo, tuvieron efectos devastadores en regiones completas que se tradujeron en millones de emigrantes, tanto a las ciudades como a Estados Unidos, entre otros fenómenos.

Con la renegociación del TLCAN y su transformación en el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) en 2020, se intentaron abordar algunas de las críticas al acuerdo original, particularmente en materia laboral y ambiental. No obstante, el modelo fundamental de integración subordinada a la economía norteamericana se mantuvo.

Fue la llegada de Trump al poder y, sobre todo, su reelección, lo que genera las condiciones para retomar ese debate: ¿cuál es nuestro lugar en el mundo?, ¿qué queremos para nuestra nación? Si el primer gobierno de Trump pudo tomarse como un “accidente” de la historia, y el regreso de los demócratas como una “corrección” que regresó las cosas a su sitio, el segundo periodo de Trump, su reelección, muestra que no es simplemente un fenómeno pasajero y más aún ahora que regresó “recargado” de la retórica que ya había ensayado y con el dato no menor de contar, ahora sí, con el respaldo de la mayor parte del partido republicano y con una visión ideológica y política mucho más madura y consolidada, que va a estar en el poder de Estados Unidos o disputando muy fuertemente en las próximas décadas.

Con eso, la idea de ver nuestro destino en la integración con Estados Unidos está, obviamente, fuertemente cuestionada. Incluso si finalmente no se aplican aranceles, o si siguen siendo, como hasta ahora, amenazas mensuales que se retiran a los pocos días: es claro que seguir pensando nuestro destino exclusivamente en función de nuestra relación comercial con Estados Unidos es un error.

Esta situación genera condiciones políticas sin precedentes para impulsar el acuerdo entre trabajadores, empresarios y gobierno, por una visión distinta de nuestro país. Para que México crezca, fundamentalmente, como resultado del incremento constante del consumo interno; para que exista una política industrial profesional que integre esfuerzos públicos y privados; para que la educación y la formación científica se impulsen fuertemente y se vincule con la atención de las necesidades de nuestro país.

La viabilidad de algo así está en la altura de miras de todos los involucrados. Para las grandes mayorías, y los trabajadores en particular, la propuesta es muy beneficiosa, porque implica trabajar para tener rápidamente mejores salarios y mejores condiciones laborales. Para hacer del consumo interno la principal fuente de dinamismo de nuestra economía es indispensable que la gente tenga más dinero para satisfacer sus necesidades, y más tiempo libre para la recreación, la diversión y la cultura.

En términos generales, eso se llama Plan México y es una visión impulsada por el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, con la participación de los trabajadores y de los empresarios, a través de sus organizaciones. Este plan, presentado oficialmente en enero de 2025, establece metas claras que ayudarán a disminuir nuestra dependencia económica de Estados Unidos. Entre sus objetivos más relevantes se incluye posicionar a México como la décima economía mundial para 2030, aumentar la inversión pública y privada por encima del 25 por ciento del PIB anualmente, y crear 1.5 millones de empleos especializados adicionales.

Para Coahuila, el Plan México representa oportunidades concretas. La meta de aumentar en un 15 por ciento el contenido nacional en cadenas globales de valor en sectores como el automotriz y siderúrgico impulsará directamente nuestra economía local. La creación de 100 parques industriales estratégicamente distribuidos en el territorio nacional incluirá inversiones significativas en nuestra región, aprovechando nuestra posición fronteriza y experiencia industrial. Además, la formación de al menos 150 mil nuevos profesionistas y técnicos por año en sectores estratégicos será crucial para desarrollar el talento que demanda nuestra industria.

La sabiduría popular diría frente a esta situación: Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana. La ventana es el Plan México, y nos puede llevar a un lugar mucho mejor. Es momento de aprovechar esta coyuntura histórica para replantearnos nuestro modelo de desarrollo y construir una economía más fuerte, más soberana y más justa para todos los mexicanos.

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