Politeísmo axiológico y lenguaje asertivo
Hegemonía, poder, dominio, imposición y fuerza son conceptos que definen el nivel de polarización y crispación social que los diferentes grupos, no solo el que está hoy en el poder, siguen operando como mensajes que evidencian el nivel de discurso que se maneja por todas partes en la sociedad mexicana. Discursos donde la asertividad no es ni por asomo la característica más importante que engalana a los distintos actores políticos, sociales y económicos en nuestro País, todo lo contrario.
El respeto, el diálogo, la tolerancia, la pluralidad, entre otros tantos valores que son propios de la democracia y los mínimos que debieran respetarse en una sociedad plural, se topan con la competencia en su estado más rupestre, donde el politeísmo axiológico –la imposición de valores de grupos particulares– se ha convertido en la práctica habitual que en el marco de los discursos violentos han priorizado, lo que nos desune porque en el fondo lo que pervive es el afán de imponer sus modelos que protegen la defensa a ultranza de sus intereses y la imposición de una cosmovisión que les garantice el control social que da acceso directo al poder.
Como en la fábula de los cangrejos mexicanos contra los cangrejos norteamericanos o japoneses, la falta de cohesión, de respeto y de sentido comunitario es lo que alimenta a los diferentes grupos de poder que conforman el escenario nacional. Es el darwinismo social en su estado más puro. ¿Cuándo saldremos del atolladero de la desigualdad, de la violencia, de la inseguridad y de la pobreza? Exacto, el día en que desaparezca este politeísmo axiológico mezquino que busca imponer desde los diferentes grupos de poder los valores que cada quien considera, ese día seremos verdaderamente democráticos. Mientras tanto esa práctica nos tendrá contra la pared.
En una sociedad multicultural, de la que no podemos bajo ningún motivo eximirnos, se requiere una nueva mentalidad que nos lleve al área de la pluralidad, donde la exclusión de quien sea no esté considerada. Hoy requerimos nuevos mínimos de convivencia donde tengamos en cuenta la diversidad y las diferencias, nos guste o no.
La queja constante contra los grupos de poder que hoy controlan el País se fortalece con la beligerancia de las opiniones y comentarios backstage y con la falta de propuestas que contemplen la inclusión, la pluralidad, el respeto y las reglas del juego democrático. Los discursos violentos siempre traerán consigo violencia, no nos equivoquemos. ¿De qué se trata? ¿Que no vamos juntos en un mismo barco?
De ahí la importancia de un discurso asertivo por parte de quienes encabezan los diferentes grupos que conforman las organizaciones que tienen influencia en la sociedad mexicana. Es importante que se den cuenta los medios formales e informales, los intelectuales y los blogueros, influencers y las nuevas tribus de la comunicación en línea que las posturas ideológicas y de grupo sólo nos llevarán a seguir complicando más la vida de los mexicanos. El “divide y vencerás” es una metodología que solamente beneficia a quienes tienen el poder y lo ejercen.
Las listas de candidatos conservadores de derecha que buscan la silla presidencial −según la Presidencia de la República−, las actitudes de los medios frente a las posturas del Ejecutivo, la diatriba que se genera a partir de todas las puntadas que unos y otros critican, las actitudes de los actores que representan el poder económico, las preferencias y lo notorio de los cochupos en los medios, la participación irresponsable de muchos sectores de las iglesias y la falta de participación de los ciudadanos han generado este politeísmo axiológico que no acaba de consolidarse y esta democracia incipiente en la que pervivimos. El problema es la falta de conciencia y de reflexión que de plano no se nos da.
Ser plurales no tiene nada que ver con permitir la existencia de otros grupos distintos a los míos, sino volver operativa la tolerancia, el respeto y el diálogo que debemos de tener unos con otros para poder encontrar en las diferencias motivos de unidad.
Sin lugar a duda, hoy requerimos de un lenguaje asertivo que capitalice más lo que nos une que lo que nos desune. Este discurso dialógico es una estrategia de comunicación que no solamente respeta los derechos del otro, sino que se convierte en un punto intermedio frente a la beligerancia que de pronto nos surge por motivos de ambición o de competencia mal entendida, y que se evidencia cuando dejamos de ser objetivos y nos da por no respetar las ideas de los de enfrente.
El lenguaje asertivo, por tanto, es una forma de expresión que se basa en la congruencia, que no agrede ni insinúa, ni ironiza ni genera burlas y que lo que busca es comunicar ideas y sentimientos sin la intención de perjudicar o herir, anteponiendo a la emotividad la coherencia y, por encima del bien individual, el bien público. En ese sentido, como alguien decía, si vamos a hablar de alguien que sea para bien. Si creemos que quienes poseen la autoridad en cualquier organización, institución o en el servicio público, ofrezcamos nuestras propuestas; hasta allá nos lleva el famoso lenguaje asertivo.
En una sociedad compleja, dividida y polarizada, una actitud asertiva siempre será bienvenida. Ante un politeísmo axiológico como en el que hoy nos encontramos, la asertividad en el discurso, sin temor a equivocarme, es la clave de interpretación que le dará un respiro a la sociedad pragmática y compleja que nosotros mismos construimos. Así las cosas.
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