Soy tu espejo y te reflejo, ¿qué ves?

Politicón
/ 8 noviembre 2019

Me topé en una etapa de mi vida con un alma buena que disfrutaba genuinamente de rescatar animales domésticos vulnerables: ponía bajo su resguardo a todo perro y gato callejero que se cruzara en su camino, y se aseguraba de que no les faltara comida, bebida y techo. Su gesto me parecía admirable, aunque siempre creí que era una tarea desgastante física y emocionalmente, y hasta peligrosa.

Un día en que el alma buena y yo hacíamos unas diligencias en su auto, ella se percató de que atropellaron una perrita; de inmediato orilló su vehículo y corrió a rescatarla: la subió a la parte trasera y manejó a toda velocidad en busca de un veterinario para salvarle la vida. Para solidarizarme con ambos seres y aminorar su sufrimiento, acaricié al animalito moribundo durante el trayecto.

La perrita escurría ligeramente sangre por la trufa (nariz) y por el hocico; dedujimos que, al atropellarla, lo más probable fue que estallaron sus pulmones. Entonces comenzó lo que nos temíamos: la batalla final. La perrita abría exageradamente el hocico; lo mismo que sus ojos, de forma desorbitada; estaba tratando de jalar el aire sin lograrlo y eso la llenó de terror.

De pronto, me empecé a sentir mal: como si me faltara el aire. Por unos segundos experimenté pánico. Cuando la perrita estaba a punto de morir, dejó de esforzarse: entrecerró sus fauces y ojos, y dejó escurrir una lágrima. Yo recuperé el ritmo normal de la respiración y me calmé, aunque también solté una lágrima. Entonces reflexioné: mis neuronas espejo se activaron al ver sufrir al can.



 

¿Qué son las neuronas espejo?

Nuestro maravilloso cerebro posee un grupo de células que, por fortuna, fueron  descubiertas en 1996 por el equipo del neurobiólogo Giacomo Rizzolatti: las neuronas espejo, que están relacionadas con comportamientos empáticos, sociales e imitativos. En concreto, la misión de estas neuronas es reflejar la actividad física y emocional que estamos observando; de ahí su nombre.

¿Te suena? A veces, en nuestro entorno familiar o laboral, nos topamos con actitudes hacia nosotros: ya sea una sonrisa amable o un rostro mal encarado. ¿Cómo nos sentimos? Sin darnos cuenta, sonreímos a quien nos sonríe y nos sentimos bien por ello; y nos enojamos y/o nos sentimos incómodos cuando vemos una cara larga; es el efecto de las neuronas espejo.

Es igual cuando vemos que cuando nos ven. Si pretendemos influir positivamente en el ambiente laboral y/o familiar, mostremos una actitud asertiva –con todo el cuerpo– junto a las joyas de la comunicación: una sonrisa franca y mirar a los ojos cuando entablamos una conversación. Las neuronas espejo captan y reflejan gestos y ademanes, actividad mental (emociones) y cerebral (malestar o bienestar físico). Así que si alguien llega de buen o mal humor, contagiará por igual a aquellos con los que conviva.

Dominio Comunicación: Comunicación efectiva para tu vida personal y profesional. (55) 2212 7220.

 

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