“Trumpización” de la agenda
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“De hecho gané todo”, decía Trump tras su victoria en Carolina del Sur. “Gané con la gente baja y la gente alta. Gané con la gente gorda, con la gente flaca. Gané con los muy educados, con los medio educados y con los que no están educados en absoluto”. El candidato no estaba tan equivocado. El mayor logro de Trump, quizás, es haber leído correctamente a una importante parte de la población estadounidense; luego, haber tomado posesión del mensaje que esa parte de la población quería escuchar, y, por último, haber sabido comunicar que era él y solo él quien enarbolaba realmente esa bandera.
Podríamos analizarlo desde muchos ángulos. Por ejemplo, 6 de cada 10 estadounidenses sienten que su país se encuentra fuera de rumbo y uno de cada dos desaprueba la gestión de Obama; 55% piensa que no es un líder fuerte, y 1 de cada dos indica que es deshonesto. Una mayoría de estadounidenses —a 14 años de los ataques terroristas del 9/11, y tras las guerras de Afganistán e Irak-— reportaban sentirse más inseguros en 2015 que en 2001, además de sentir que EU está muy debilitado. Esto propicia un entorno favorable para que alguien capaz de enarbolar un discurso de liderazgo a través de la promesa de la recuperación de la eficacia, la fuerza y el poder que muchos sienten mermados, recoja el descontento y se adueñe de él. La pregunta es cómo es que ha sido Trump quien, por encima de otros, lo ha logrado, y cómo es que su mensaje ha penetrado en capas de población tan diferentes.
Las encuestas de salida tras el supermartes, indican que el elector votó por Trump simplemente porque “dice las cosas tal y como son” (NYT). Y porque prefiere a alguien que percibe como externo a la política. Un electorado enojado, frustrado y con miedo. Lo que hay que preguntarse, más bien, es quién no se siente así. Para estas capas de la población, la coherencia discursiva resulta irrelevante. Shalev de Haaretz lo pone así: Trump no está a favor o en contra de ciertos temas de la agenda, sino que improvisa según se van dando las cosas. Dispara desde el labio. Dice una cosa un día y la opuesta el siguiente. La cuestión es que eso parece redituar.
Una opción —la opción que la mayoría de sus contrincantes ha elegido— es combatirle de manera frontal, ridiculizarlo. Muchos medios liberales se burlan de él, de sus contradicciones. Pero al final, todos terminan cayendo en la trampa, pues eso parece fortalecerlo. Y ahí es donde se presenta la otra opción. Quizás la más riesgosa, pero que podría terminar siendo atractiva para quienes sigan contendiendo contra él: emplear sus mismas estrategias para disputarle una parte de ese sector de la población que se manifiesta harto y frustrado, y hacerle competencia en ciertos temas. Alguno de sus contrincantes podría tratar de apropiarse de la explotación de lo desigual, del terror por la “invasión musulmana” o del pánico ante peligro que sólo se resuelve con muros más altos, con formas menos diplomáticas de relacionarse con otros países, sentimientos que, como indican los estudios, no sólo existen entre republicanos, sino entre demócratas, y que han permeado fuerte la geografía y demografía de la máxima potencia del planeta.
Twitter: @maurimm