Politizar la tragedia y otros tabúes del régimen en turno
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Invocar el lucro político, fingir indignación porque algunos buitres efectivamente van a sacar raja de lo que sea, es la manera más barata, cómoda y cobarde de no encarar la responsabilidad que se tiene sobre cualquier asunto
“Yo era muy feliz, yo vivía muy bien”, cantaba el Divo de Juárez.
Y en mi caso fue hasta que comencé a hacer análisis políticos. Y no me quejo, pero llevo la mitad de mi vida haciendo entripados gratuitos porque ni modo que arregle nada disertando en este espacio. Si ni analistas de mucho mayor influencia y trayectoria logran siquiera ruborizar las mejillas de los autores de la desgracia nacional, imagínese la brevedad de los alcances de quien no juega en las grandes ligas (esos que todavía no hemos sido declarados −por nombre y apellido− enemigos de la Patria en una Mañanera).
Mi gran consuelo, sin embargo, es que usted me lea, que la indignación se diluya y que, como resultado, ya seamos dos los encabronados al menos.
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Una de las cosas que más me emparentan con Rin Tin Tin (que más me emperran), que más me orillan al sexoservicio (que más me emputan) y que más me hacen perder electrolitos (que más me purgan) es escuchar a un político pedir que “no politicemos” tal o cual asunto.
Tengo toda mi vida oyendo y leyendo esta misma cantaleta cada vez que acontece una desgracia. Es puntual en la catástrofe, como el Hombre Polilla; nomás que el “Mothman” se aparece antes, como heraldo del desgarriate, mientras que la súplica de “no hay que politizar el asunto” llega ya cuando no hay nada que hacer, sino tratar de salvar lo que queda de reputación de algún inepto o inepta en el servicio público, o de toda una administración.
Cada vez que un político, funcionaria, representante, candidate, líder “u” lo que sea que esté chupando de la bendita ubre presupuestal, sale a poner su carota de aflicción más impostada para afrontar los cuestionamientos ciudadanos y periodísticos con un “no politicemos”, me dan ganas de sacarles la lengua.
Pero no hablo de sacarles mi lengua para enseñárselas en pueril señal de repudio. Materialmente quiero sacarles su lengua con ayuda de unas pinzas mecánicas y colgárselas al pescuezo con un doble nudo windsor.
Invocar el lucro político, fingir indignación porque algunos buitres efectivamente van a sacar raja de lo que sea, es la manera más barata, cómoda y cobarde de no encarar la responsabilidad que se tiene sobre cualquier asunto.
Es normal y hasta anticipable que el segmento más vil, arrastrado y carroñero de cualquier oposición de cualquier gobierno en cualquier lugar del mundo, va a encontrar en la desgracia un argumento para joder al régimen en turno. Sí. ¿Y...? No por ello deja de ser la tragedia en curso lo verdaderamente importante. Si algún gusano parasitario hace campaña con un evento aciago, allá él, su conciencia y los pobres pendejos que se lo compren.
¿Pero qué hay de la tragedia?
Si 40 migrantes al resguardo del Instituto Nacional de Migración mueren en un incendio en una de sus “lujosas” instalaciones... Nadie se pronuncie porque “no hay que politizar”.
Si se descubre un campo de exterminio (o bien: “de adiestramiento con servicios crematorios a bajo costo”) y que opera al menos desde el sexenio pasado... Es mejor no comentar porque “no hay que politizar”.
Si se cae la Línea 12 −¡Si se derrumba una maldita línea del metro!− y mueren 30 personas nomás porque para el presente régimen de austeridad franciscana el mantenimiento es una lujosa extravagancia propia de fifís y gobiernos neoliberales... ¡Pues qué tristeza!, ¿no? “Pero no hay que politizar el asunto”.
Todos son hechos lamentables, pero lo preocupante, ya le digo, es que alguien lleve el tema a la arena política. ¡No, qué barbaridad! Que alguien les pase la factura política por su ineptitud, negligencia, corrupción o estupidez. ¡No! ¡Qué ruindad, qué bajeza, qué falta de escrúpulos, de principios y de madre!
Sucede que de hecho todo, todo absolutamente es susceptible de politizarse y así debe hacerse. Todo lo que acontece debemos pasarlo por el tamiz de nuestro criterio político. ¡Ah, chingá! ¿O a poco quieren que sólo lo utilicemos cuando opera en su favor?
Porque no olvidemos que el presente régimen y muchos de sus más leales orcos (como el marqués de Fernández Noroña) llegaron al poder o hicieron su carrera apalancándose del dolor de diversas tragedias, desde Ayotzinapa, la Guardería ABC y cualquier otro evento aciago que nos haya dejado rotos como Nación.
El ser humano, de hecho, fue descrito por Aristóteles como el “Zoon Politikon”, el animal político (no el “político animal”, que de esos no acabaríamos de citar ejemplos). Es decir, una criatura social con reglas para la convivencia y con criterio para elegir su mejor sistema de gobierno y a sus representantes, como también para ponerlos a prueba y juzgarlos.
Ah, pero cuando ocurre algo trágico quieren que el País entero se embargue con el luto artificial impuesto desde su tribuna y que nos condolamos pero... ¡shhhh! En silencio, calladitos. Sólo sus expresiones de manual tienen cabida:
“Lamentamos profundamente lo sucedido...”. ¡Ay, ajá!
“Nuestra solidaridad con los familiares de las víctimas...”. Y luego no los quieren ni recibir ni escuchar.
“Se harán las investigaciones correspondientes...”. A cargo de Gertz Manero.
“Daremos con los responsables”... Pero nunca con las causas.
“Son hechos aislados”, “son herencias de las anteriores administraciones”, todas las lamentaciones van encaminadas a eximirse y exculparse.
Porque trágico sería eso: que alguien decidiera en consecuencia negarles el voto y dárselo a otro en la siguiente elección. Eso sí que sería una fatalidad.
Los muertos como sea, al fin que somos un chingo de mexicanos. Podemos morir por millares a diario sin agotarnos. Pero politizar un tema: ¡Eso sí son chingaderas! ¡Por favor, no lo haga!
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Asuntos recientes puntualmente inscritos en la categoría de “prohibido politizar”, ya sabe: el doble asesinato de los funcionarios del gobierno de la CDMX y el accidente de la embarcación mexicana contra el puente de Brooklyn. En ambos casos se recomienda no especular, lo cual está bien hasta cierto punto, pues en tanto no tengamos información suficiente, lanzar teorías sin sustento sólo es desinformación. Pero sólo es un periodo de gracia en lo que llega −o no− una explicación completa, coherente y satisfactoria.
Por lo pronto, la Presidenta con “P” ya anunció que será información reservada. Solita se hace de delito mucho antes de que se determine la causa del siniestro. Ella ya se incriminó blindándose contra el escrutinio al cual tenemos derecho.
Y respecto al doble crimen, más que la aprehensión de los perpetradores, interesa el contexto, los motivos, sus implicaciones. Justo lo que preferirían evitarse responder porque puede volverse argumento político para sus adversarios, legítimos y oportunistas. Es decir, el tema se politizaría.
¡Y no vaya siendo! Qué tragedión... para el gobierno, claro.