¿Por qué los jóvenes no votan? (1)

Opinión
/ 23 febrero 2024

Aparece en la imagen un padre adulto reprendiendo de manera altisonante a su hijo, con estas palabras: “¿por qué eres así, hijo mío?”. Como respuesta, el hijo pone un espejo frente al rostro del padre, para que éste, en su enojo, se refleje.

Lo mismo ocurre cuando desde una postura “adultocéntrica”; es decir, desde una posición de “superioridad moral, avalada por la edad, la experiencia y la autoridad”, el adulto mira al joven sin reconocerse a sí mismo, con un sentido autocrítico y de empatía, en él.

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La postura común del adulto consiste en mirar al joven desde un paradigma mental y emocional ya obsoleto por la ruptura generacional y tecnológica iniciada desde los años 80’s que conlleva un cambio radical de percepciones, gustos, valores y formas de apreciar las cosas con un ingrediente digital profundo.

La paradoja es una: desde su pedestal, los adultos exigen a los jóvenes ser factor de cambio, de un mundo que ellos mismos no pudieron transformar o, al menos, mejorar para legarlo a ellos y a futuras generaciones. En otras palabras, los adultos no estamos dejando a nuestros hijos y nietos un mejor mundo del que nos heredaron nuestros padres y abuelos. Pero, aún así, exigimos a nuestros jóvenes ser el presente y el futuro de México y les obligamos, por ende, a pensar, sentir y actuar bajo nuestros parámetros desfasados por la historia, para frustrarnos en el intento.

Por ello, desde el punto de vista de los jóvenes, nosotros como adultos, no tenemos la autoridad moral para ello.

Desde nuestra experiencia de clase media o alta; pregunto, ¿tuvimos la capacidad para transmitir a nuestros hijos, mediante una pedagogía cívico ciudadana mínima, la historia negra del autoritarismo en México y, por ende, la importancia del voto libre encapsulado por una democracia incipiente?

¿Pudimos compartir con ellos el costo social y humano que tuvo conseguir ese voto y esa democracia a partir de las centenas de miles de muertes de campesinos, ferrocarrileros, obreros, médicos y estudiantes que ofrendaron sus vidas de 1929 a 2000 para alcanzar ese ideal?

Durante ese período autoritario de nuestra historia; ¿fuimos críticos de ese período oscuro o sólo lo “normalizamos”?

Llegada la democracia electoral en 2000; ¿participamos como adultos en asuntos de nuestra comunidad y en las elecciones para nutrir nuestra ciudadanía? O, solamente extendimos la normalización del período anterior, para transformarlo en apatía e indiferencia.

¿Educamos a nuestros hijos con el ejemplo cívico de integridad y de responsabilidad familiar, laboral, empresarial para multiplicarlo en sus vidas?

¿No? Entonces, desde el punto de vista de los jóvenes, tampoco tenemos la credibilidad histórica y política para ellos.

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Finalmente, ¿qué hemos hecho como adultos, para adentrarnos a su universo generacional y sus códigos culturales -con empatía y compasión- y entenderlos desde su punto de vista, sin la moralización o la pontificación propias de nuestro mundo adulto? No sólo para comprender su visión de la política o de la sexualidad, sino como seres humanos, tal como nosotros: los adultos: sin etiquetas o autoridad de por medio.

En síntesis, los jóvenes no votan porque los adultos -desde su posición de autoridad- intentan imponerles obligaciones sin tener la autoridad moral, histórica, política y humana para ello.

¿Es posible promover la participación de los jóvenes desde su óptica?

(Continuará)

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