Presidenta con A. Lo que representa

Opinión
/ 6 octubre 2024

Amparados en medios de comunicación y redes sociales, estos grupos inclusive ridiculizan la declinación en femenino para otros vocablos

Si incluso la Real Academia Española, ese organismo poco o nada poroso que resguarda el idioma español, acepta entre sus vocablos la palabra presidenta, la resistencia a nombrar lo que existe, es negar la transformación del lenguaje que ocurre en el núcleo mismo de las comunidades hablantes. La palabra presidenta se ha documentado desde finales del siglo XV. Sin embargo, en México, hoy, se sufre la negativa a su inclusión sobre todo por parte de los hablantes hombres heteropatriarcales.

Y cuando se suma el privilegio de la clase social, tenemos que agregar cierto desprecio. Recordemos para este efecto la palabra ansina, que a principios del siglo dieciséis se usaba para referir al vocablo así. Ansina fue empleado en la Nueva España y hoy se sigue usando en algunas comunidades.

Acudimos pues al desprecio de lo que se considera la otredad, en el primer caso a lo femenino y en el segundo caso a lo mestizo con su mundo rural implicado. Lo femenino y lo rural hollados una y otra vez. Y es que lo rural implica la tierra, es decir, la patria pues en ella se siembra, se cosecha y se vive.

El hecho de que una mujer gobierne un país que registra dos feminicidios diarios -y esto, hay que decir, solo de los que se denuncian-, causa una reacción en estos grupos heteropatriarcales que no debe tomarse a la ligera. Los mensajes de odio y de burla son alarmas a ponderarse ya que estos grupos prosiguen considerándose como los que toman la última decisión de lo que ocurra en la vida nacional, así como de las prácticas, usos o costumbres que “deben” ser validado o nulificados por su coro, un coro que tiene muchas esferas de acción. Esto claramente es parte del ambiente violento en el que han vivido las mujeres en México.

Amparados en medios de comunicación y redes sociales, estos grupos inclusive ridiculizan la declinación en femenino para otros vocablos. Lo que pasa es que se les está cayendo el mundo que han apuntalado. Hay cierto miedo y el miedo sabemos a dónde conduce.

A esta violencia le sumamos la tendencia opinativa sobre lo que “debe” ser una mujer en un cargo público. A saber, peso, talla y color de piel. Referencias ominosas a un “ideal” de la belleza, como si esto fuera un (ya arcaico) concurso de belleza. Y en el caso que nos ocupa, dichas referencias tienen qué ver con la delgadez de la presidenta. A estos comentarios inaceptables se suman los vertidos a su contrincante en las elecciones, quien registra sobrepeso y a quien en algún momento una articulista heteropatriarcal le exigió volver a pintarse el cabello más rubio. Por cierto, fue esta misma articulista la que criticó el rizado del cabello de la actual presidenta. Juicios merluzos en la última frontera de control: el cuerpo de una mujer.

La presidenta de México es un símbolo que tiene ya un efecto pues es la primera mujer que gobierna México luego de 200 años de vida independiente. Esto es histórico. Puede desconcertar que pertenezca a una izquierda distinta -nunca militó en el PRI a diferencia del expresidente saliente-, puede desagradar que sea una mujer “dura”, como la califican. Y es que la presidenta se aleja del modelo femenino suave, dulce y condescendiente. Y por si esto no fuera suficiente para irritar, tiene un grado académico doctoral.

Incomoda aún más a grupos machistas, que la presidenta se pronuncie a favor del trabajo honorable y no remunerado de las amas de casa, o bien, del de las trabajadoras del hogar, pues hasta hoy son habituales chistes y comentarios jocosos de articulistas, intelectuales o comediantes sobre amas de casa y “sirvientas” que incluyen abusos sexuales.

Curioso que además, en este contexto de desprecio cuando se le calificó en forma peyorativa como una ama de casa que gobernará seis años, sea ella economista, ya que como se sabe, economía proviene del griego oikonomía, conformado por oîkos que significa casa y por némein que refiere a distribuir o administrar. Y México, tanto para presidentes o presidentas, es una gran casa que se debe administrar con ética. Así que urgen amos de casa y amas de casa con responsabilidad, compromiso y ética. Corre el tiempo. Observemos su desempeño.

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