Proletariado: el ‘demonio comunista’ de la burguesía
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Mientras que el proletario trabaja para el burgués generando productos y servicios que benefician y alimentan a todos, el burgués defiende la idea de la individualidad y el utilitarismo
“Nadie es más esclavo como quien se cree libre sin serlo”. Así lo dijo el filósofo, escritor y naturalista Johann Wolfgang von Goethe en el siglo 18. Y aquí estamos, cuatro siglos después, en un escenario global en el que se continúa promoviendo un modelo de esclavitud en el cual la clase proletaria es la mayoría. Es más, hay una clase proletaria que ni siquiera se sabe proletaria y defiende a sus opresores.
¿Qué es ser proletario? Es ser alguien que para vivir (o sobrevivir) vende su fuerza o conocimiento de trabajo sin poseer los medios de producción o servicio. Pero no, ahora todos quieren ser “clase media”, aun cuando en realidad sean proletarios −sí, esa es la palabra− y estén, cuando mucho, a cuatro o cinco quincenas de quedar en la absoluta miseria si son despedidos.
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El proletariado surge en el siglo 19 con ímpetu durante la llamada Revolución Industrial, en la que los medios de producción se concentraron en manos de pocos. La burguesía es un vocablo usado para llamar a los habitantes de los burgos, estas zonas fortificadas construidas por los señores feudales en sus comarcas medievales. Los burgueses, por tanto, no eran señores feudales, ni nobles, ni pertenecían al clero o al campesinado; eran mercaderes, dueños de espacios de obrajes, talleres o espacios de comercio; también, practicaban las artes liberales: gramática, retórica, lógica, geometría, aritmética, música y astronomía.
Hoy es importante hacer visibles las tensiones entre proletarios y burgueses existentes, tanto en los medios de producción como en los modelos políticos, pues es sólo a partir de este reconocimiento que podremos comprender el disenso presente −al que tanto miedo se le tiene−. Es a partir de ello que las tensiones son resueltas, a veces, en beneficios de una de las dos partes, en general a favor de la burguesía.
Pero ¿quién quiere reconocerse como proletario? Nadie. Es mejor tomar las aspirinas, que son las compras compulsivas de alguna marca, vestirse con ella para “comprar” el acceso a ser considerado “burgués”, cuando nunca será así. Esas compras sólo permiten que el dinero regrese a una pequeña porción de familias en el planeta.
Proletario es un vocablo que procede de latín y se usaba en el imperio romano. Los proletarii eran los ciudadanos de clase más baja que no poseían propiedades y su medio de contribución era aportar a los hijos que tenían −esto es su prole− para el ejército de ese imperio.
Para el marxismo, en el proletariado y la burguesía hay una tensión inherente, ya que de acuerdo a sus propios intereses, siempre serán antagónicos: por ejemplo, los empleados de una fábrica desean que sus sueldos sean tan altos como sea posible, mientras que los dueños buscan a toda costa que los costos y, por lo tanto, los salarios, sean lo más bajos posible.
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En la era contemporánea, si existiera el comunismo, no habría propiedad privada ni regímenes que buscan ser democráticos. Hoy el mundo está en manos de señores tecnofeudales, miremos a Elon Musk suplantando al presidente de Estados Unidos. En otros casos, vemos gobiernos que buscan estrategias para no ser totalmente devorados por las reglas del comercio sin ética ni rostro humanitario.
Si bien, es inherente a un burgués no mirar más que por las ganancias, es de llamar la atención esta contradicción: mientras que el proletario trabaja para el burgués generando productos y servicios que benefician y alimentan a todos, el burgués defiende la idea de la individualidad y el utilitarismo. Todo beneficio es para el burgués, producto del mérito personal. ¡Ah, caray!