Q.B.S.M. La desconcertante costumbre de besar extremidades
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Las letras que puse como titular quieren decir: “Que besa su mano”. Se ponían como fórmula al final de una carta, igual que se le decía a una dama: “Beso a usted los pies”. Eso no significaba que quien decía tal cosa tuviera realmente la intención de besar manos o pies. A lo mejor aspiraba a poner sus labios en partes de mayor entidad. Pero igual decía: “Beso a usted la mano” o “Beso a usted los pies”.
Yo ya no pertenecí a esa época proclive a besar extremidades. En cuestión de besos aprendí a buscar más bien el justo medio. Me tocó todavía, sí, el tiempo en que a los sacerdotes se les besaba la mano. ¡Vaya cosa! También alcancé, al menos en el rancho, el tiempo en que los ahijados le besaban la mano a su padrino. Esa costumbre me desconcertaba, pues incluso los ahijados de boda guardaban tal respeto a quien los conducía al altar. Alguna vez, en el Potrero de Ábrego, fui padrino de un viudo que contraía nuevas nupcias. Me doblaba la edad aquel señor, y hube de reprimir con energía el uso que pretendió seguir en mí, de besarme la mano cuando nos encontrábamos.
Hay todavía quien les besa a los obispos el anillo pastoral.
-Señor Presidente −dicen que dijo el secretario del jefe de estado de cierto atrasado país de América Latina−. En la antesala están el señor obispo y el embajador de los Estados Unidos. ¿A quién paso primero?
-Pasa primero al obispo −le ordenó el mandatario−. A él lo único que tengo que besarle es el anillo.
Hace años vino a nuestra ciudad el entonces nuncio del Papa en México, Justo Mullor. Me llamó la atención ver en los periódicos fotografías de feligreses que besaban la mano del jerarca. La verdad, tales fotografías ya desde entonces se antojaban anacrónicas, como si por error se hubiese publicado material de varias décadas atrás. Entre nosotros, al menos, se ha perdido la costumbre de rendir tal acatamiento a los dignatarios eclesiásticos. Raro será quien conserve ese atavismo.
Cuando la policía agarró al famoso secuestrador llamado “El Mochaorejas”, que solía cortar las orejas de sus víctimas, un cierto obispo dijo que a ese sujeto se le debía castigar con el correspondiente corte de sus apéndices auriculares. O sea: ley del talión sí; Nuevo Testamento no... En esas condiciones, la verdad, se necesita hacer esfuerzo grande para respetar a alguien dispuesto a bendecir tal mutilación. Por cierto, al citado Mochaorejas lo acaban de beneficiar con un tecnicismo jurídico. Cosas de leguleyos.
Desde luego cada quien tiene derecho a besar la mano que quiera. Alejando Santiex, que de Dios goce, besó la mano de Ionesco cuando el notable dramaturgo estuvo aquí. Aplaudí yo ese bello rasgo, pues la mano que escribió “Las Sillas” y “La Cantante Calva” merecía tal homenaje, y muchos más. Entiendo también que un obispo español besó la mano de nuestro ilustre paisano, don Artemio de Valle Arizpe, al tiempo que le decía:
-Permita usted, señor, que bese yo la mano que escribió “Lirios de Flandes”.
Una señora le pidió a Bernard Shaw:
-Déjeme besar la mano que hizo “Pigmalión”.
-No la bese, señora –le sugirió él–. También ha hecho otras cosas.
Besos van, besos vienen. Por mi parte en cuestión de besos prefiero atenerme al bello dístico de Ramón López Velarde, que cito de memoria:
“...Oh Señor, si te dignas está bien que me orientes:
he besado mil bocas, pero besé diez frentes...”.