Que el 2025 sea un mejor año para todos

Opinión
/ 31 diciembre 2024

La conclusión de un año y la consecuente llegada de uno nuevo constituyen una oportunidad única para reflexionar sobre lo hecho y definir el futuro que deseamos construir

El calendario, con su metódica sucesión de días, semanas y meses, marca la pauta de nuestras vidas, aunque pocas veces prestamos atención a ello. Sin embargo, cuando llegamos al espacio temporal que marca el fin de un año y el inicio de otro, ese carácter cíclico cobra un significado especial. El ritual colectivo al que nos entregamos para despedir un año y dar la bienvenida a otro no sólo estructura nuestra experiencia del tiempo; también nos invita a reflexionar, proyectar y, sobre todo, renovarnos.

El fin de año es un momento privilegiado para hacer un “corte de caja” personal y colectivo. Nos brinda la oportunidad de pausar, mirar hacia atrás y evaluar lo realizado. Es el instante preciso para pasar revista a lo hecho: ¿qué logramos?, ¿qué nos quedó pendiente?, ¿cómo hemos crecido o cambiado?

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Reflexionar sobre las experiencias del año que termina −sus retos, desafíos, éxitos y lecciones− permite darle sentido a nuestro recorrido por el tiempo. Y, en ese sentido, este acto no es solamente retrospectivo, sino que sienta las bases para lo que viene.

Al mismo tiempo, el inicio de un nuevo año es una hoja en blanco, un espacio simbólico para la renovación de propósitos y afanes. La llegada de un nuevo año siempre nos motiva a proyectar hacia adelante y a imaginar lo que intentaremos construir en los siguientes doce meses.

Expresar propósitos, al ritmo de las doce campanadas que marcan el final del ciclo, es mucho más que la formulación de una lista de deseos: constituye la manifestación de nuestras esperanzas e intenciones de crecer. Formular propósitos nos recuerda que, aunque estemos sujetos al paso del tiempo, también tenemos la capacidad de moldear nuestro futuro con las decisiones que tomamos aquí y ahora.

En un mundo que se mueve a un ritmo cada vez más vertiginoso, detenernos para entregarnos al ritual de cierre y renovación del ciclo anual es un acto valioso. Nos invita a mirar con gratitud lo que hemos vivido, a aprender de los errores, a valorar los logros y, sobre todo, a reafirmar nuestras esperanzas. También es una ocasión para considerar el impacto de nuestras acciones, tanto en nuestras propias vidas como en la de los demás, y para comprometernos con un futuro más pleno, más consciente y más solidario.

Hoy, mientras damos el paso hacia un nuevo ciclo, les invitamos a reflexionar sobre el valor de este momento. Que sea una oportunidad para agradecer, para cerrar con dignidad lo que queda atrás y para mirar al futuro con esperanza. Porque, al final, lo que hagamos con este tiempo −y con nuestras vidas− no está dictado por el calendario, sino por nuestra voluntad de construir y crecer.

Quienes dedicamos nuestros esfuerzos cotidianos a informarle desde VANGUARDIA deseamos a todos nuestros lectores que esta, la última jornada del año, sea una plena de gratos momentos y que el año que está por comenzar llegue, para todos, cargado de claridad en las metas; energía para perseguirlas y generosidad para compartir los frutos del éxito.

¡Feliz Año Nuevo!

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