¿Quién fue Iván Cantú?
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¿Conoció el caso de Iván Cantú?, ¿sabía que antes de su ejecución las autoridades judiciales en Texas no estaban realmente seguras de su culpabilidad por un doble homicidio?, ¿sabía que fue condenado a ser una víctima más del “civilizado” sistema penal estadounidense?
En los inicios de 2024, encontrándose en una celda del llamado corredor de la muerte, el mexicano Iván Cantú seguía clamando justicia al declararse inocente del doble asesinato de su primo, James Mosqueda y la prometida de éste, Amy Kitchen, cometidos en el año 2000. Las autoridades de Texas le negaron sus pedidos de clemencia pese a las evidencias que fueron apareciendo para una posible nueva investigación del caso.
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Su entonces pareja, Amy Boettcher, actualmente fallecida, testificó que él había admitido su culpa y que la llevó a la casa de Mosqueda para mostrarle los cuerpos y buscar drogas. El hermano de Boettcher también lo acusó, pero luego se retractó.
Entre las pruebas en el juicio, se mostró un pantalón con sangre de las víctimas que fue encontrado en el bote de basura de la cocina de Cantú. Sus abogados sostienen que Boettcher mintió y que otra persona colocó allí la prenda, que no era del acusado. Incluso el presidente del jurado que lo condenó, pidió luego una mayor investigación. Cantú culpó de los asesinatos a un narcotraficante a quien su primo le debía dinero.
Todo esfuerzo fue insuficiente, pues a pesar que no existían pruebas sólidas que demostraran su culpabilidad, la condena a muerte no cambió.
Tras 24 años de una lucha incansable, Iván Cantú fue llevado hasta la sala de ejecución, y sólo tuvo tiempo para decir estas palabras: “A las familias Kitchen y Mosqueda, quiero que sepan que nunca maté a James y Amy, por lo que dudo que mi muerte les traiga paz. Si lo hubiera hecho, si hubiera sabido quién lo hizo, hubieran sido los primeros en saber cualquier información que ayudase a hacer justicia”. Momentos después, ante el dolor de su madre, Iván Cantú recibiría la inyección letal y segundos más tarde dejó de existir.
Celebridades como Martin Sheen, Kim Kardashian y Jane Fonda pidieron en un escrito al gobernador de Texas, Greg Abbott, que concediera una prórroga de la ejecución de Iván Cantú, para dar tiempo a que se evaluaran nuevas pruebas, “y no se ejecute a un hombre condenado injustamente”.
Pero todo esfuerzo fue insuficiente, y el pasado 28 de febrero de este año dieron muerte al mexicano.
¿Pedir clemencia al Gobierno de Estados Unidos y al gobernador texano? Ja, ja, ja, ja. En ese país no se conoce el significado de tal palabra. Disfrazados por una intención humanitaria, han cometido las peores atrocidades que pueda registrar la historia. Desde el lanzamiento de la bomba atómica en Japón, a los recientes ataques a Afganistán, se han cometido una serie de barbaridades que demuestran al mundo entero el carácter barbárico de quienes gobiernan ese país.
Desde 1976, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos tuvo la idea tirana de restablecer la pena de muerte, se han registrado más de mil 500 ejecuciones, de las cuales la tercera parte se ha realizado en Texas, y más de la tercera parte de estas ejecuciones se llevaron a cabo durante los cinco años en que George W. Bush fue gobernador de ese estado.
¿Y qué han logrado nuestros vecinos con eso? Absolutamente nada. Hasta el momento, no ha habido un análisis que demuestre la caída en los niveles de delincuencia a raíz del establecimiento de la pena de muerte. Y eso es lógico, pues cuando la violencia es castigada con mayor violencia, no puede ocurrir otra cosa más que ésta sea cada vez mayor.
En una ocasión discutí con un estadounidense sobre la pena de muerte. El fanatismo y el mínimo sentimiento de humanidad heredado de la idiosincrasia de este pueblo, lo llevaron a defender a capa y espada las virtudes de este despreciable castigo. Recuerdo que entre sus argumentos estaba el hecho de que esta medida ayudaba a evitar la sobrepoblación en las penitenciarías estadounidenses. Por otro lado, aseguraba que el dolor de los familiares de una víctima sólo podía desaparecer con la muerte del asesino. Después de mucho discutir y sin que uno de los dos cediéramos un ápice, llegué a una conclusión: ante un castigo estúpido, sólo se pueden ofrecer argumentos estúpidos para defenderlo.
¿Mereció Iván Cantú el castigo que recibió? Eso no importa. Lo que en verdad importa es que una vez más la barbarie estadounidense reinó. La soberbia de este país ha cegado a sus gobernantes al grado de creerse con el derecho divino de decidir quién debe vivir y quién debe morir.
Luego de la ejecución de Iván Cantú seguramente los estadounidenses creyeron que se hizo justicia al permitir que una sustancia letal circulara por su venas. Sin embargo, no hicieron otra cosa más que cometer un crimen igual o peor del que le imputaron al mexicano.
Rezo a Dios por el descanso de Iván y espero que alcanzara al fin la paz que le arrebataron desde hace 24 años, para que su madre encuentre un rápido alivio a su pena, y, sobre todo, para que siembre entre los estadounidenses el mínimo sentimiento de humanidad y así puedan entender que salvar la vida de un ser humano es más importante aún que salvar de la extinción a las ballenas del Pacífico, o a los gorilas de las selvas africanas.
aquientrenosvanguardia@gmail.com