Radio Concierto: legado cultural de una familia saltillense
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Agradecer al talentoso historiador Gutiérrez Cabello la recordación que hizo de mis abuelos, y las generosas palabras que dedica a la labor que mi familia y yo llevamos
Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, le prometió a su esposa que a partir del primer día del año sería un hombre nuevo: dejaría de beber. Maguer esa formal promesa... Un momentito, por favor. Voy a ver qué eso de “maguer”. Según peritos del lenguaje tal palabra equivale a decir “aunque”, “a pesar de”. Prosigo. Maguer el juramento que hizo de ser un hombre nuevo, anoche Garrajarra llegó a su domicilio cayéndose de borracho, como siempre. Tartajeando le dijo a su señora: “Con la novedad, viejita, de que al hombre nuevo también le gusta la peda”... Me había olvidado ya del sol, y ayer me recordó su existencia. Tras varios días de niebla, penumbra opaca y frío congelante, el astro rey, si me es permitida esa expresión inédita referida al sol, asomó temprano sus fulgurantes pompas sobre la sierra de Zapalinamé, la alta montaña que ciñe a mi ciudad por el oriente y que conserva el nombre de uno de aquellos “bravos bárbaros gallardos”, los primitivos habitantes de estas tierras, que jamás abatieron la cerviz ante los invasores y hasta bien entrado el siglo 19 los combatieron en obstinada resistencia. Al final, esa raza desapareció, pero nunca se rindió. Saltillo es ciudad hermosa por donde la veas. Las piedras y metales que la contemplan desde abajo de la tierra la encuentran de seguro igual de bella como la miro yo desde lo alto de mi amor. Ahora bien: ¿a qué estos lirismos, desbordados ya? Vienen a cuento por un artículo aparecido en el periódico VANGUARDIA, mi casa de trabajo en Saltillo. Lo firma Ariel Gutiérrez Cabello, un acucioso –y amoroso– investigador de las cosas del pasado saltillense. Referida a la calle de General Cepeda, antiguamente nombrada de Santiago, la nota dice en una de sus partes: “...En la esquina con el callejón del Caracol vivió don Mariano Fuentes Narro, hombre de gran seriedad y acrisolada honradez. Junto con su esposa, doña Felipa Flores Galindo, estableció una fábrica de pastas alimenticias, además de elaborar cajetas y jaleas que ayudaron a dar fama a nuestra ciudad. Don Mariano fue abuelo del Cronista de la Ciudad, don Armando Fuentes Aguirre, mejor conocido como ‘Catón’. En 1997, gracias a un encuentro con el entonces Presidente de México, Ernesto Zedillo, Catón logró la concesión de una radiodifusora cultural: Radio Concierto. Este regalo para la ciudad ha sido un bastión cultural que dentro de dos años celebrará tres décadas de transmisiones ininterrumpidas. La labor emprendida por Catón y su familia ha hecho de esa estación radiofónica un verdadero hito en la promoción de la cultura...”. Transcribí aquí esas líneas no por jactanciosa vanidad, sino por dos motivos. El primero y más importante: para agradecer al talentoso historiador Gutiérrez Cabello la recordación que hizo de mis abuelos, y las generosas palabras que dedica a la labor que mi familia y yo –sobre todo mi familia– llevamos a cabo las 24 horas de cada día para difundir la buena música, con el apoyo de instituciones y personas sin las cuales sería imposible la tarea. El segundo motivo por el que ocupé mi espacio de hoy con la transcripción de esa amable nota fue para dejar de escribir, siquiera sea por un día, acerca del malvado, malévolo, maligno, maléfico y malintencionado Trump... “Es usted un pendejo”. Tan sonora opinión le espetó a don Ulero, en el Bar Ahúnda, un individuo de estatura gigantea, torosa musculatura y puños como yunque de herrador. Le preguntó el aludido: “¿Me lo dice en broma o en serio?”. “Se lo digo en serio” –replicó el hombrón alzando, amenazador, los puños–. “Entonces está bien –declaró don Ulero–. Porque eso sí: bromitas a nadie le tolero”... FIN.
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