Real hipocresía

Opinión
/ 13 septiembre 2022
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El deceso de la Monarca Británica sirvió, como cualquier otro acontecimiento, para sacar a relucir lo peor de cada una de las partes en pugna de la polarizada sociedad en que nos hemos convertido.

Por un lado, el insufrible (por no decir inmamable) postureo de quienes le lloran a “Isabel II” como si de verdad pertenecieran al Imperio o peor, como Martha Debayle, a la Casa Real.

Debayle de plano “se quebró” en una transmisión en vivo comentando el fallecimiento de la Reina y es que su hija “decía que era su abuelita”. Y cerró su comentario con la consigna imperial: “¡God save the Queen!”. ¿Así o más...?

Aunque la comunicadora ha hecho del elitismo su sello y marca personal, llegando incluso a parodiarse a sí misma, su emotividad durante la transmisión se siente auténtica, por lo que no es difícil suponer que en su fuero interno realmente falleció su soberana.

Y así como la Debayle, muchos mexicanos con ínfulas se vieron compelidos a hacer patente su aflicción y a expresar sus condolencias para dejar en claro que sus aspiraciones y vida interior están más allá de las fronteras, geográficas, culturales, económicas y desde luego étnicas de México.

Mire que la muerte de una líder tan longeva en su vida como en su reinado, amerita todos los comentarios, reflexiones y análisis que pueda provocar. Como que nació cuando aún no existía la penicilina, le tocó trabajar junto con Churchill para afrontar la amenaza nazi, ver el inicio y el final de la Guerra Fría, el alunizaje, la revolución digital, tuvo que animar a su pueblo durante la pandemia de COVID-19 y todavía alcanzó a ver campeón al Atlas de Guadalajara.

No le voy a regatear ningún peso histórico a uno de los reinados más largos que ha conocido la humanidad (de hecho el segundo más prolongado de la Historia, superado sólo por el de Luis XIV de Francia).

Sería hasta absurdo querer ser indiferente ante la partida de una figura política a la cual la mera extensión de su periodo vuelve el personaje clave del siglo 20. Y encuentro muy saludable que el mundo dé rienda suelta a todo lo que tenga que decir y opinar al respecto, así sean memes comparándola con Chabelo.

Pero de ello a expresar un duelo que le corresponde únicamente a sus súbditos (y eso, sólo a quienes aún reverencian a la realeza), expresar pena o declararse embargado por una especie de luto. ¡Por favor! ¡Respétense un tantito!

En el extremo opuesto del pensamiento más fanático y alienado, el ala más radical de una izquierda que casi coquetea con el anarquismo, están los que encontraron en el fallecimiento de Isabel II la excusa perfecta para gritar todos sus complejos ideológicos y plañir por el dolor de los pueblos sometidos por el brutal colonialismo ejercido por Inglaterra y otras potencias; dolor que por supuesto es tan legítimamente suyo como el duelo que viven los súbditos mexicanos o brit-xicans (Debayle incluida) por el deceso de su Reina, es decir: Ninguno.

Provocan el mismo repelús los afligidos por la muerte de Isabel II que los que aprovecharon el “tren” para clamar por la abolición de las monarquías, como si en verdad le afectase en algo el que al otro lado del Atlántico exista un archipiélago cuyo régimen es una monarquía parlamentaria, que realmente muy poco le debe envidiar a nuestro muy democrático sistema de gobierno.

Heredera en efecto de una corona que llegó a dominar un tercio del planeta, con territorios en cada uno de los cinco continentes (en cierto momento de la historia, literalmente, el sol nunca se ocultaba para el Imperio Británico), Isabel II es la excusa para que muchos resabios alimentados por el discurso nacionalista de nuestro Presidente, se expresen en forma de comentarios bastante desatinados.

Hay quienes rechazan la idea de la monarquía por antidemocrática. No obstante, ignoran que pese a llevar a cuestas ese lastre de la realeza, la vida pública y política británica es mucho más madura y transparente que la nuestra. Y su realeza, por rancia y obsoleta que nos parezca, es motivo de cohesión y orgullo para la mayoría de los británicos. Si no tuviera la aquiescencia mayoritaria, júrelo que ya la habrían depuesto, pero no ha ocurrido tal.

Si usted repudia las monarquías, muy bien, perfecto: ¡No viva en una, entonces! Pero acepte como un sagrado principio de la democracia, la tolerancia hacia otras formas de vida y desde luego, de gobierno. Se lo recomiendo, no porque sus quejas contra la realeza estén en riesgo de ser oídas por la Casa Real Británica o sus súbditos; sino porque lo estamos oyendo nosotros y sólo está haciendo lo que los jóvenes llaman, el perro oso.

La monarquía inglesa además no es ni más derrochadora ni más extravagante, ni más absurda, ni más inverosímil que nuestra clase política mexicana, incluyendo al segmento que se asume de izquierda y con ello se proclama redentora del pueblo. Pueblo al que sin embargo, no dejan de tratar como súbditos, en una relación tan vertical como la de un rey (o reina) hacia sus vasallos.

Como se dice también por ahí, en redes: ¡En fin, la hipocresía!

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Columna: Nación Petatiux

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