Recuerdo de un ser excepcional/Setenta años del Valle Arizpe

Opinión
/ 6 septiembre 2022

Antes de dar comienzo con el tema preparado para esta colaboración, deseo hacer un recuerdo aquí de Jesús Salas Cortés, gran amigo y compañero en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad Autónoma de Coahuila, fallecido el pasado domingo 4. Un ser humano maravilloso, excepcional, que deja una importante estela de amistad y afecto entre todos cuantos tuvimos el privilegio de conocerlo y contarnos como sus amigos. Su labor en el ámbito de la docencia y la gastronomía, sus investigaciones, su afectuosa presencia en todos los ámbitos de esto que es la existencia vital quedan grabados para siempre y guardarán un lugar único en nuestros corazones. Descanse en paz, nuestro querido amigo Chuy.

TRASCENDENTE LABOR EDUCATIVA

Setenta años. Siete décadas de una institución dedicada a la enseñanza. En dos días más, el 8 de septiembre, el Instituto de Valle Arizpe estará cumpliendo setenta años de haber comenzado en Saltillo una trascendente labor educativa.

Cuando llegué a las aulas del Instituto, mi primera fascinación fue observar la afectuosa manera en que las salesianas atendían la institución: disciplina y trabajo que funcionaban con un elemento que las caracteriza: la alegría.

Fue don Bosco un hombre de su tiempo que comprendió las necesidades de los niños de Turín, en Italia, en el siglo XIX. Niños de escasos recursos, habitantes de las calles, explotados en las fábricas, huérfanos, sin futuro.

“No con golpes, sino con amor”, fue la primera enseñanza de Juan Bosco, revolucionario sistema preventivo de enseñanza. Creó un Oratorio al que los niños podrían acudir, atendido por él y su madre, mamá Margarita, y les enseñó que el estudio, el trabajo y la disciplina no estaban peleados con la alegría.

Don Juan Bosco encontró la manera de llegar a esos niños. Luchó para que se pudiera institucionalizar la educación que propugnaba, y atraería la atención de una religiosa, María Mazzarello, con quien, hace 150 años, fundaría el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, dedicada a la enseñanza de las niñas.

Algo que, en Coahuila, entre paréntesis, tuvimos un espléndido antecedente, pues otra religiosa con la que comparte el primer nombre, María Ignacia de Azlor y Echeverz, paisana nuestra, oriunda de Patos, hoy General Cepeda, Coahuila. María Ignacia fundó los colegios de “La Enseñanza”, en la Ciudad de México, para dar educación a las niñas de la época, en el siglo 18.

Como lo hizo María Ignacia en su momento y en nuestro País, don Bosco y María Mazzarello emprenden una monumental obra educativa.

Hoy la obra salesiana se extiende por 130 países, y en nuestra ciudad se concretó en el Colegio México y en el Instituto de Valle Arizpe, así como en el colegio Maestras de la Fuente y el Instituto Salesiano Tecnológico Don Bosco.

El motto que impulsa a los salesianos es ser “Buenos cristianos y honestos ciudadanos”. La búsqueda del bien común, que interesa a toda una sociedad, está inscrita en los valores que impactan a cada uno de sus miembros.

Recuerdo del colegio, como afectuosamente le llamamos, los extenuantes, pero emocionantes hasta la médula, partidos de básquetbol que eran una llama encendida que únicamente se apagaba a la sombra fresca de los pasillos y la entrada al salón. El engarzado de unas flores en telas suaves para el festejo de nuestras madres, y aquellas clases donde el conocimiento se dio (y ahora se sigue dando) en un ambiente de respeto, solidaridad y afecto. “Qué bonito lees”, me dijo la maestra de tercero de primaria. Esa palmadita en la espalda hizo más que lo que hubiera podido hacer una campaña de lectura oficial.

Larga vida al Instituto, lugar en el que pasé años de infancia y juventud, regresé con mi hijo en la madurez, en medio del carisma salesiano donde priman la bondad y el respeto.

Gratos recuerdos de una institución que llega este septiembre a sus emocionados setenta años. Muchas felicidades.

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