Refolufias
Cuando don Eulalio Gutiérrez, coahuilense, fue nombrado Presidente de la República por la Convención de Aguascalientes, el general Francisco Villa quiso hacerle un regalo
El tercer tomo de mi obra “La Otra Historia de México” se llamó “Díaz y Madero. La Espada y el Espíritu”. Lo publicó la casa editorial Diana, del Grupo Planeta, con motivo del centenario de la Revolución. A ese libro pertenecen las sabrosas anécdotas que este día voy a relatar.
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El general Cándido Aguilar se casó con una hija de don Venustiano Carranza en el tiempo en que el Primer Jefe era Presidente de la República. Por esos días un militar le preguntó a otro:
-¿Ya sabes que se casa el general Cándido Aguilar?
Comentó el otro, burlón:
-¡Pos qué Cándido!
Precisó el primero:
-Se casa con la hija del Presidente.
Y exclamó el otro en tono admirativo:
-¡Pos qué Aguilar!
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Es bien sabido que en la ciudad de Tehuacán, Puebla, hay manantiales de aguas cristalinas que desde hace mucho tiempo se han vendido embotelladas. Pues bien, en cierta ocasión un importante diario de la Ciudad de México publicó la noticia de que esa ciudad había sido tomada por fuerzas revolucionarias, mientras que en el norte del país los rebeldes se habían visto obligados a salir de Aguaprieta, Sonora. El titular de esa noticia decía así:
“Revolucionarios tomaron Tehuacán y evacuaron Aguaprieta”.
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El general Álvaro Obregón se salvó de un atentado en el curso del cual una bomba fue arrojada contra el automóvil en el que paseaba por el Bosque de Chapultepec. Días después, Obregón comentaba el asunto en forma festiva, y decía a sus amigos:
-No podré darme el lujo de salvarme de otro atentado. He gastado más de 4 mil pesos en responder todos los telegramas de felicitación que he recibido por haberme salvado de éste.
No tuvo que hacer un nuevo gasto el general Obregón. El siguiente atentado que sufrió, consumado por José León Toral en el restaurante “La Bombilla”, ya no necesitó telegramas de agradecimiento.
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Cuando don Eulalio Gutiérrez, coahuilense, fue nombrado Presidente de la República por la Convención de Aguascalientes, el general Francisco Villa quiso hacerle un regalo, para lo cual se dirigió a la joyería “La Esmeralda”, la mejor que había entonces en la Ciudad de México, y compró un valioso reloj de bolsillo en cuya tapa ordenó grabar las iniciales U. G. Alguien le preguntó a Villa a quién pertenecían esas iniciales, U G. Respondió él, admirado por la ignorancia del otro:
-¡Pos a quién ha de ser! ¡A don Ulalio Gutiérrez!
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El mayor Ildefonso Vázquez, coahuilense también, de Piedras Negras, era hombre valiente y decidido, pero poco hecho a los usos de la guerra. Acostumbraba enviar por telégrafo los informes de sus batallas, de modo que fácilmente el enemigo podía conocer sus movimientos. Un superior le indicó que fuera más cuidadoso, que pusiera en clave las partes que merecieran reserva. Así, un día Ildefonso Vázquez envió el telegrama siguiente: “Ayer sufrí tremenda derro-. Perdí toda la artille- y parte de la caballe-. Pido me manden refuer- a la Estación de Santa Ro.”. Y firmaba Ilde- Vaz-.
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Una noche el general Obregón, cuyo ingenio era grande, asistió a un banquete. A su lado estaba una señora que quiso poner en apuros al sonorense, que se había casado por dos veces.
−¿Cuántos hijos tiene usted, general? −le preguntó.
−Siete −respondió Obregón.
Volvió a preguntar, con veneno, la señora:
-¿Y todos son de su actual esposa?
−No −contestó con sequedad el general−. Tres son de mi esposa actual; cuatro de la primera.
Se hizo un silencio, y luego Obregón le preguntó a la dama:
-Y usted, señora, ¿cuántos hijos tiene?
−Tres −respondió la mujer.
Volvió a preguntar Obregón con estudiada cortesía:
-¿Y todos son de su esposo?