Reforma electoral, la pérdida del INE
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Al gobierno no le importó el desastre en la elección pasada; se trata de hacer del instituto electoral un órgano a modo
Apuro deberán de estar pasando la presidenta Sheinbaum y la mayoría en el Congreso para volver un hecho la reforma electoral anunciada. En realidad, son dos cambios de gran calado: el primero, estrictamente electoral tiene que ver con los votos, la elección y los órganos y procedimientos asociados, incluyendo la solución de controversias; el segundo, político o reforma de Estado, es la forma como los votos se transforman en cargos, de manera relevante la integración de los órganos legislativos. Se puede decir que la legislación de los partidos está en medio: son los actores centrales de los comicios y a través de ellos se organiza la representación parlamentaria.
El hilo conductor de todos los cambios a promover por el obradorismo es la concentración del poder, bien sea en el Ejecutivo o en la construcción de un partido hegemónico, muy próximo al esquema totalitario, en el que una organización es la única que representa al pueblo o a la nación.
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La propuesta implica la negación de la pluralidad, idea que se confronta no sólo con las oposiciones de MC, PAN y PRI, sino también con los aliados de Morena, el PT y PVEM, que en los comicios pasados fueron el factor para que el régimen obtuviera mayoría de votos y de mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Sin el PT y el PVEM, Morena hubiera sido una minoría mayor con 41 por ciento de los votos, y sin mayoría absoluta en la Cámara. Más allá de las pulsiones totalitarias del obradorismo está la realidad: desde hace siete décadas ha quedado más que claro que el país no cabe en un partido.
La discusión por ahora se ha centrado en el Instituto Nacional Electoral (INE), a partir de su desempeño en la pasada elección de juzgadores. El INE es víctima porque no contó con el respaldo del gobierno para organizar una elección, y por una reforma plena de absurdos y restricciones que implicaron una bajísima participación y un crecimiento exponencial de los votos nulos. El INE dio muestra de su capacidad para organizar elecciones en condiciones muy adversas debido a la falta de recursos.
La parte en la que el INE salió claramente reprobado fue en la validación de la elección. Es explicable que una parte de su Consejo aprobara, de alguna manera, su propio trabajo; sin embargo, la bajísima participación, el desaseo a lo largo del proceso –con el uso de los acordeones por parte del régimen y las irregularidades generalizadas en la selección de las candidaturas– conducían a una postura muy diferente a la que prevaleció.
Lo que en el INE es tragedia, en el Tribunal Electoral es historia de horror. De una instancia de salvaguarda de los derechos políticos ciudadanos se ha instituido el instrumento del régimen para combatir la libertad de expresión, con una singularísima aplicación e interpretación de la violencia política de género. Las decisiones de estos meses no guardan precedente. El tribunal convalida lo que viene del gobierno y hace de la instancia jurisdiccional un instrumento de represión a las libertades y, por lo mismo, incapaz de salvaguardar la integridad de los comicios.
Con la salida de Lorenzo Córdova, Ciro Murayama y otros consejeros, y el arribo de Guadalupe Taddei y compañía al Consejo General del INE, el régimen mudó el reclamo: de la descalificación groseramente frontal se transitó a la idea de que es muy elevado el gasto electoral y que se debe proceder, por una parte, a elegir a los consejeros por voto popular y, por la otra, a reducir de manera significativa el gasto electoral. Queda claro que al gobierno no le importó el desastre en la elección pasada; se trata de hacer del INE un órgano electoral a modo, todavía más por el voto de aquellos consejeros independientes que cuestionaron la elección judicial.
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Los consejeros que se sometieron al gobierno calcularon que era la manera de evitar lo que sucedió con la defenestración de los ministros. Una mala lectura, primero, participar con el régimen es todo o nada, y eso conculca la libertad y la integridad profesional e intelectual; segundo, lo relevante no es el futuro propio, sino el de la institución que se representa. La historia ha llamado a su puerta; la mayoría, con su voto, la ha cerrado y optado por el acomodamiento con el poder.
Por ahora serán testigos de la destrucción del INE y de las presiones del régimen para eliminar la creación de nuevos partidos.