Todo asomo de duda quedó despejado ayer cuando, tras una tensa jornada donde las partes en pugna se confrontaron de forma permanente, el voto número 86, a favor de la reforma al Poder Judicial, propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador, apareció en la figura del senador Miguel Ángel Yunes Márquez.
La determinación del veracruzano fue acompañada de un discurso mediante el cual el legislador −formalmente integrante de la bancada del Partido Acción Nacional− buscó justificar su postura y, de paso, sacudirse la acusación de “traidor” que le han venido endilgando propios y extraños desde que su nombre comenzó a manejarse como el de quien le permitiría al oficialismo cruzar el umbral de votos necesario para reformar la Constitución.
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Así pues, la jornada de hoy en el Senado de la República iniciará sin que existan dudas respecto del desenlace: Morena y sus aliados aprobarán la reforma al Poder Judicial y con ello la minuta del Congreso de la Unión pasará a las legislaturas estatales donde, sin duda alguna, recibirá rápidamente los votos necesarios para ser aprobada.
De acuerdo con los antagonistas de este episodio de la vida nacional, la aprobación de esta propuesta constituye, desde un extremo del espectro discursivo, el advenimiento de una nueva era para la impartición de justicia en el país y, desde el opuesto, la desaparición de la división de poderes y de la certeza jurídica... el apocalipsis.
Habrá tiempo para ir midiendo los efectos −positivos y/o adversos− que genere esta reforma. Pero mientras ello ocurre, el corolario de lo ocurrido en las últimas semanas en el terreno de la actividad política nacional no deja lugar a dudas: todo sigue igual.
Y es que el comportamiento de quienes integran nuestra clase política parece inmutable. Más allá del recambio de colores y el desfile de nombres y apellidos, la conducta de nuestros políticos se encuentra determinada por los mismos vicios y los mismos apetitos.
La incorporación del senador Miguel Ángel Yunes Márquez a las filas del oficialismo está rodeada de las mismas sospechas de siempre: intercambió su voto por favores políticos que le permitan a él −y, eventualmente, a otros miembros de su familia− transitar hacia el territorio de la impunidad, evitando procesos penales abiertos en su contra.
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Del otro lado de la mesa, quienes dicen estar construyendo una alternativa política cuyo propósito es la “dignificación de la vida pública”, no han tenido empacho en arropar a alguien que hasta 15 minutos antes consideraban “un indeseable”, un integrante de “la mafia del poder”.
La historia sin duda juzgará los actos de unos y otros además de dejar claro cuál de las visiones que se confrontaron en las últimas semanas tenía la razón. El problema, por supuesto, es que, en el caso de haber platos rotos al final de este episodio, quienes los pagaremos seremos, como siempre, los ciudadanos.