Región Sureste: los estragos (evitables) de las lluvias
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Cuando llueve en la Región Sureste el hecho deja un saldo ambivalente en sus habitantes, pero eso se debe a que no aprendemos la lección, por más que no la repitan
En regiones semidesérticas como la nuestra, las lluvias generan un efecto ambivalente: por un lado las deseamos y esperamos que sean frecuentes y abundante y, por el otro, lamentamos cotidianamente los “estragos” que causan, sobre todo en las zonas urbanas.
Así las cosas, por un lado nos regocijamos con postales como la de la presa Palo Blanco, que ayer lucía desbordada debido a que las lluvias de los últimos días colmaron su capacidad y, por el otro, nos lamentamos de los estropicios causados en el equipamiento urbano.
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Una y otra posición son entendibles, pero no debieran ser procesadas de la misma forma por quienes habitamos las ciudades de la Región.
Y es que respecto de la celebración por la ocurrencia de las lluvias no puede haber fisuras: nada nos beneficia más en estas latitudes que el contar con abundantes −y, de preferencia, prolongadas− precipitaciones. En ese sentido, todos debemos congratularnos.
Por el otro lado, sin embargo, las afectaciones registradas en viviendas, avenidas, equipamiento urbano e incluso los sistemas de distribución de agua potable y alcantarillado, no pueden ser vistas simplemente como “daños colaterales” a los cuales debemos resignarnos.
Por lo que hace a las inundaciones −cada vez más frecuentes y dañinas, aun cuando no se registren fuertes precipitaciones en toda la zona urbana−, se ha dicho hasta la saciedad que estas constituyen un resultado indeseable de las malas decisiones tomadas en el pasado en materia de desarrollo urbano.
Las alteraciones realizadas al cauce natural del agua de lluvia, motivadas por los intereses económicos de un pequeño grupo de poseedores de tierra, hoy nos pasan la factura a todos y, de no rectificar la política de expansión de la marcha urbana, ni introducir mecanismos para amortiguar el impacto, lo único previsible es que la factura será cada vez más elevada.
De forma íntimamente vinculada con este hecho se encuentra la necesidad, largamente pospuesta, de un sistema de drenaje pluvial que permita conducir fuera de la mancha urbana el agua de lluvia, mitigando de paso los estragos que causa la forma en que actualmente ello ocurre.
Adicionalmente, es preciso diseñar y poner en práctica mecanismos de aprovechamiento del agua de lluvia al estilo de los que existen en múltiples ciudades del mundo y cuyo impacto no solamente se refleja en un mejor aprovechamiento del líquido, sino también en la reducción de las consecuencias negativas que hoy padecemos aquí después de cada precipitación.
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En síntesis: además de congratularnos porque se registren abundantes y frecuentes lluvias en nuestra región, resulta imprescindible que despleguemos una estrategia seria, es decir, una de largo plazo y adecuadamente financiada, para evitar las consecuencias indeseables de dicho fenómeno.
Vamos tarde en tal propósito, por lo que sería deseable que las autoridades de todos los órdenes de gobierno pusieran manos a la obra cuanto antes.