Resplandeciente azul turquesa: la esperanza en las vísperas de Navidad

Opinión
/ 17 diciembre 2024

La marcha sigue, el camino por venir es aún largo; una tarde cargada de magia y encuentros generosos

Atrae el juego de luces a lo lejos. Es la temporada navideña instalada en la plaza Primero de Mayo. Nada tiene que ver con la que se instalaba en San Francisco y hacían en ella los paseantes un largo recorrido. Tampoco, incluso, con la de hace apenas un año: se ha reducido significativamente el número de comerciantes.

En fin, algunos quedan, y los que subsisten siguen al pie del cañón y ofertan estas luces de colores, piezas para el Nacimiento, portales de madera. Se extrañan los pastores elaborados de barro: prevalecen los de plástico.

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Pero qué bien hechos están, en cambio, los portales: madera de pino, elaborados a mano, el trabajo es espléndido por la sencillez de su estructura, pero lo poderoso del material. Manos que estuvieron en ello con dedicación.

Fluye la conversación. Al observar los montones de heno apilado, y desear una o varias de las bolsas, el comprador arranca el diálogo:

−Me han dicho que el heno es plaga de los árboles. ¿Es así?

−No, en realidad cumplen con una función. Se les dice “roba neblina”.

Hay varias personas que oyen de casualidad la plática y, al escuchar la expresión, se detienen a hacerlo con más atención. Continúa el vendedor, un hombre joven, piel curtida en sus veintitantos años expuesta al sol y al viento de la serranía.

−Pasa que el heno se expande en los árboles y se encarga de sostener la humedad del ambiente. Recoge las gotas que traen consigo las nubes, las retiene y es gracias a él que se mantiene un ambiente de humedad en el bosque.

−¿Qué árboles? —pregunta uno de más allá.

−Encinos. Pero el heno lo que hace es cobrarle al árbol. Este paga con su vida, pues al cabo del tiempo, el árbol muere.

Para entonces, los visitantes de la plaza ya enfocaron en el campesino su total atención. Y le preguntan de dónde viene, en dónde pasa esto. Habla entonces de Nuncio, en Arteaga, de la carretera (“el camino negro”) y del tramo que hay que seguir, que está por pavimentar. A tres horas de distancia, en completo, desde Saltillo.

Sus manos, mientras, estuvieron trabajando en acomodar el heno en las bolsas. Con la imagen de los caminos por Potrero de Ábrego, por Jamé, por Nuncio, se quedan los visitantes de la plaza.

Cargan sus paquetes y, a medio camino, cercanos a la iglesia de San Francisco, empiezan a fallar las fuerzas.

−Espérame un tanto. Que viene pesada la bolsa —pide una de las caminantes a su compañera de compras navideñas.

Ni un alma, soledad provocada por las obras de la calle General Cepeda, pero en el momento de concluirse la petición, surge de la esquina, en dirección contraria, un hombre que ofrece su ayuda: se echa al hombro uno de los paquetes, y sostiene con otra mano los otros dos.

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−Es el tinte lo que los hace más pesado, como viene fresca la pintura.

De oscura, la calle se va iluminando. Enfrente, la plaza Coahuila; salen de la iglesia de San Francisco los invitados que festejan a una hermosa quinceañera, vestida de azul turquesa.

La marcha sigue, el camino por venir es aún largo; una tarde cargada de magia y encuentros generosos. Además, la esperanza impresa en una sonrisa azul turquesa, vísperas de Navidad.

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