Rock rupestre (1)

Opinión
/ 9 julio 2025

De lejos dicen que se ve más claro

Joan Manuel Serrat

Hace 40 años inició el rock rupestre. Trataré de ubicarlo, con un mínimo de claridad.

Los años ochenta encontraron a la música popular mexicana sumergida entre varios fuegos: la corriente folklórica de protesta latinoamericana —Inti-Illimani, Quilapayún, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa—, llegada a México durante los años 70 desde las dictaduras sureñas; la ya agónica música disco (tan agónica que se tuvo que jalar para darle aire, a gente tan seria como los Rolling, con Miss You, y Emotional Rescue, o a ¡Miles Davis!, con Give It Up; el grueso de un rock en inglés cada vez más carente de contenido, lo que significa ser cada vez más pop: Madonna la “Reina del Pop”, Michael Jackson el “Rey del Pop”, Prince el “Príncipe del Pop”, obviamente de la mano con MTV; la ola española con Julio Iglesias, Camilo Sesto, Raphael, Hombres G, Miguel Bosé; en el horizonte se asomaba la Nueva Trova Cubana con Silvio, Pablo y Amaury Pérez; en lo doméstico íbamos de José José, el “Príncipe de la canción”, y Juan Gabriel, a Yuri, Daniela Romo, Emmanuel, Flans, Timbiriche...

En el terreno regional estaban Vicente Fernández, Los Tigres del Norte, Rigo Tovar... pero de ellos no estamos hablando.

En general, las grabaciones en los estudios latinos de los años 70 eran razonablemente aceptables, como las producidas por la cubana Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), la chilena Discoteca del Cantar Popular (DICAP), la uruguaya Cantares del Mundo, la argentina Odeon. Sin embargo, su sonido nada tenía qué ver con la calidad de la trasnacional RCA Víctor, disquera de José José, y Juan Gabriel, o Melody (de Televisa), casa discográfica de Flans o Timbiriche. El audio, cada vez más tecnificado, adquiría relevancia ya que en los 80 aparecía la música para llevar.

Si hasta la década anterior éramos melómanos cautivos del tocadisco, y la radio; o necesitábamos ser musculosos fortachones para cargar las pesadas tocacintas donde tocar Funkytown; la explosión de los walkman avivó el mercado discográfico nacional e internacional, calentó el mercado para el Cd, creado en 1982 por Phillips y Sony; y después, en 1984, para el Discman. Este fue un fenómeno semejante al vivido en la segunda mitad de los 60 y primera de los 70, cuando se dejó de lado el sencillo disco extended play (EP), para abrir al rock el mercado del long play (LP). Nació así un concepto mercadológico llamado Rock Orientado al Álbum (AOR), para un público perfectamente focalizado: el juvenil urbano.

Estamos hablando de muchos millones de dólares invertidos en y por el mercado discográfico netamente capitalista. “En 1986, el conglomerado editorial multimedia alemán Bertelsmann compró RCA Records (...) por 300 millones de dólares. En 1987 (...) Sony compró (...) Columbia por 2000 millones de dólares. En 1989 (...) PolyGram compró Island Records por 300 millones de dólares y A&M Records por 500 millones (...), EMI compró el sello Chrysalis de Virgin Records por 75 millones de dólares...”

Para el mercado discográfico nacional de los 70 y 80 no hay datos exactos. Pero vaya como referencia que: “Para 1965 el volumen de ventas en la industria discográfica sumaba aproximadamente 160 millones de pesos distribuidos casi exclusivamente entre las empresas ya mencionadas (Orfeón, Musart y Peerless). Mientras que para la década del 90: “Según datos de la Asociación Mexicana de Productores de Fonogramas (Amprofon), en 1997 el ramo reportó la venta de 66 millones de copias de discos compactos y casetes, por un total de 2 mil 400 millones de pesos.”

En ese México ochentero, la juventud aún rebelde, aquella que “no había aprendido la lección del 68 y el 71,” estaba en la mira de las grandes cadenas radiofónicas encargadas de homogenizar su gusto musical: Grupo ACIR, Núcleo Radio Mil, Oír, Radiorama, Radiópolis. A las estaciones de radio independientes, las compañías discográficas daban gratificaciones subrepticias conocidas como payola, para inducir la programación y la frecuencia al aire de tal o cual cantante.

En las ciudades mexicanas setenteras emergieron los hoyos funky, escuálida, clandestina, reprimida, aunque furiosa resistencia rokera, intentando continuar el grito libertario de Avándaro.

En este contexto nació el rock rupestre, como una expresión musical ajena a los canales comerciales, del que hablaremos la próxima semana.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM