Roque Cordero

Opinión
/ 20 noviembre 2025

El maestro Arrates advirtió las facultades del pequeño y lo invitó a la banda de música de los bomberos, donde además lo contrató como copista de partituras

La primera vez que Roque Cordero (1917-2008) vio una partitura fue a los seis años de edad. Su padre, zapatero remendón del barrio de Santa Ana, en la ciudad de Panamá, lo llevó a tomar clases de música a casa del maestro Cepeda Quiñones, vecino del barrio y tan pobre como ellos. Los signos inescrutables sobre el papel pautado generaron en el pequeño Roque una aversión de terror, con lo que el padre dio por zanjado el tema musical.

Al término de la primaria, Roque ingresó a la Escuela de Artes y Oficios para aprender plomería. El primer día de clase, Roquecito vio a sus compañeros formados en una fila a la que se sumó creyendo que les darían alguna golosina. En realidad, se trataba del maestro de música, Máximo Arrates Boza (1859-1936), quien invitaba a los chiquillos a unirse a la banda escolar de música. La mano levantada de Roque no recibió las golosinas esperadas sino algo mucho mejor: los rudimentos musicales, y el aprendizaje de la viola, además quedó como integrante de la banda. El maestro Arrates advirtió las facultades del pequeño y lo invitó a la banda de música de los bomberos, donde además lo contrató como copista de partituras. Así que he aquí que Cordero recibió sus primeros ingresos, no como plomero sino copiando los signos inescrutables que lo aterrorizaron en la infancia. La labor de copista es mucho más compleja que el de una simple fotocopiadora. Se requiere comprender la peculiar naturaleza de cada familia instrumental, sus rangos, sus combinaciones; las indicaciones técnicas en el papel que luego se convertirán en sonidos armónicamente organizados.

Roque Cordero comprendió la notación musical tan bien que su siguiente paso fue componer. Así de simple el hijo pobre de un zapatero negro devino compositor. Posteriormente aquellos ensayos de composición fueron corregidos por el maestro Arrates, pulidos por Cordero, e interpretados por la banda de bomberos.

El 29 de mayo de 1935 se decretó la fundación de la Universidad de Panamá, entre cuyos maestros invitados estuvo el estadounidense Myron Shafer (1908-1965), quien conoció a Roque Cordero y lo estimuló para estudiar en la Universidad de Minneapolis, Estados Unidos. En el Norte tomó clase con el austriaco-estadounidense Ernst Krenek (1900-1991), quien lo introdujo en el sistema dodecafónico de Arnold Schoenberg (1874-1951). A diferencia de nuestra tradicional escala heptatónica, de siete notas, con sus variaciones de corcheas, semitonos o sostenidos, el dodecafonismo utiliza los 12 sonidos de la escala cromática, cada nota tiene la misma importancia, y carece de tónicas y de jerarquías tonales. Para Cordero aquello fue una epifanía pues el dodecafonismo le permitía expresar claramente sus ideas mediante texturas limpias, un contrapunto claro y líneas independientes. Pero, a diferencia de su maestro Krenek, Cordero se valió del dodecafonismo como una herramienta más, no como un sistema riguroso, para organizar su discurso musical, en el que reinaba su cultura panameña.

Con esta mixtura de sistemas musicales —la tradicional y la dodecafónica— Cordero construyó un lenguaje propio, creó giros melódicos impregnados con su folclor caracterizado por intervalos cortos, ornamentación rápida, acentos desplazados. Todo esto se advierte en obras como Mejorana, Capricho Interiorano, o la Rapsodia panameña.

La mezcla cultural de su origen panameño, su vida profesional estadounidense, donde vivió por más de 40 años hasta su muerte; y su formación musical europea, y desde luego, su talento inconmensurable le permitió elaborar una música enérgica, de síncopas frecuentes, superposiciones entre instrumentos, orquestación brillante de un muy singular color orquestal, como podemos escucharlo en su famosa Segunda sinfonía, y en su Dodecaconcerto; y a la vez equilibrada y apacible, como se advierte en Ocho miniaturas orquestales.

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Autor de más de 60 obras, y multipremiado en Panamá, Venezuela, Costa Rica, EUA, la obra de Cordero está disponible en Spotify. Podemos empezar por La obra completa para piano solo, con la pianista vietnamita-estadounidense Tuyen Tonnu; o sus Ocho miniaturas para orquesta, con la sinfónica de Detroit. Ahora que si el apreciado lector se cree muy salsa, puede entrarle a la Sonata rítmica, el Concierto para violín y orquesta, o la segunda sinfonía. Y si ya de plano es de los que se las comen al vuelo, lo invito a entrarle a la Cantata para la paz, con la Texas Christian University Symphony Orchestra, en YouTube. ¡Esas sí son palabras dodecafónicas mayores!

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